Cuando el presidente Correa asumió su segundo mandato en 2013 dijo que sería el último de conformidad a la Constitución de Montecristi. Un año después cambió de parecer y la mayoría oficialista de la Asamblea Nacional presentó el paquete de enmiendas constitucionales, incluida la reelección presidencial indefinida, que recibió el obsecuente aval de la Corte Constitucional.

Y luego de mantener tensa la cuerda otro año, ahora decide que por razones de “transparencia” se debe incluir una transitoria que lo margine del beneficio, por esta vez.

El cálculo ha ido mudando pero la estrategia sigue siendo la misma: permanecer en el poder a como dé lugar.

El modelo autoritario consolidado por medio de la consulta popular de 2011, que permitió la cooptación de la justicia y el control de los medios de comunicación privados, ha sumado múltiples desafueros que resulta impensable dejar a voluntad el Gobierno. Hay responsabilidades políticas que penden como una espada de Damocles.

Por ahora, la conveniencia se refleja en el discurso presidencial que retoma el argumento de que la Revolución Ciudadana tiene suficientes candidatos para la sucesión.

Habría algunas consideraciones de por medio. Una de peso es el desgaste que supone la recesión económica que irá erosionando la popularidad del régimen y del mandatario; dependerá de su gravedad y del tiempo que demande revertir la situación. Pero por ahora el horizonte de 2016 se vislumbra sombrío.

Para desactivar el malestar, sin duda mayoritario, por la reelección presidencial indefinida, se opta por la salida de “transparencia” que preservando el futuro político del caudillo, lo distancia de la polémica de ser promotor y a la vez beneficiario; no, por lo pronto, en 2017.

Hay quienes dicen que el correísmo procura cultivar la figura del Gran Ausente que llevó a Velasco Ibarra cinco veces a la presidencia, desde 1934 hasta 1972. Mientras, la infidencia de Evo Morales agrega otro elemento: presiones de carácter familiar.

La reelección presidencial indefinida tiene un largo historial en la región. Hay quien la definía, con razón, como una monarquía electiva con disfraz republicano.

Un ejemplo paradigmático es el de Porfirio Díaz, siete veces presidente de México entre 1876 y 1911; sus contemporáneos lo llamaban Don Perpetuo. En la medida que envejeció en el poder, sus amigos y compadres lo hicieron en la Legislatura, de modo que hacia el final se decía que era el museo de historia natural.

Y para no apelar al pasado, los 56 años de régimen de los hermanos Castro en Cuba han derivado en una gerontocracia que con su inmovilismo ha frustrado el porvenir de dos o tres generaciones, que siguen pujando por migrar.

El Ecuador no debe repetir experiencias nefastas. Una verdadera democracia debe contemplar la alternabilidad; así lo establece nuestra historia y tradición constitucional que en 20 Cartas Políticas, incluida la vigente, ha favorecido el concepto de renovación como parte de un pluralismo vital que debe de caracterizar a la sociedad.

Reforzar el actual hiperpresidencialismo con la figura de la reelección presidencial indefinida es una insensatez, que obligará tarde o temprano a abolirla vía consulta popular. Es solo cuestión de tiempo. (O)