Asaltada por muchas ideas y de regreso de varias experiencias culturales, escribo. ¿Acaso hay un hacer sin pensar y un pensar sin decir? En estos verbos –y alguno otro– se cifra el poder del idioma, siempre activo en la dialéctica que enfrenta la vida psíquica con el mundo exterior. Noviembre nos ha regalado intensa actividad cultural, más que nada, literaria. Nos ha hecho sentir la ilusión de que leer y escribir son acciones que vinculan a muchos ecuatorianos.

Vale sorprenderse por la concentración de iniciativas en torno de la poesía que se emprenden con enorme voluntad de difundir la expresión más evanescente de la literatura. ¿Qué es la poesía?, ¿qué ocurre con el idioma en las líneas cortadas de los versos?, ¿qué lleva al emisor a distanciarse del sentido habitual de los mensajes para bucear entre la sintaxis revuelta y propiciar desconexiones de todo tipo? Lo cierto es que los libros de poesía tienen pocos lectores, se publican en editoriales especializadas y exigen mucho tiempo para hacerse conocer. El lector común sufre mucho desconcierto frente a ellos y no sabe cómo reaccionar y anda asaltando a “los que saben” para pedir una opinión que le sugiera algo.

En este mes apreciamos una nueva reunión del Desembarco poético, iniciativa que lleva adelante Ernesto Carrión, con esfuerzos que han traído al Ecuador al gran Antonio Gamoneda (desperdiciado por el público, por cierto) y otros nombres prestigiosos. En Cuenca se organizó otra cita del Festival de la Lira, bajo la batuta de Jorge Dávila Vásquez, con selectos invitados internacionales. Rematamos el mes con el Festival Iliana Espinel en su octava convocatoria, dirigido por Augusto Rodríguez, con la figura de Jorge Edwards a la cabeza de una pléyade de poetas interesantes.

Estas citas representan un trabajo enorme, una larga búsqueda de recursos, un despliegue de equipos que sincronizan movimientos y tocan las mismas puertas. El Gobierno central y los municipios apoyan algunas, otras tienen el aporte de la empresa privada y todas giran en torno de los establecimientos de estudio con la mirada puesta en los jóvenes en la idea de que en ellos radica la posibilidad de la educación del oído, del gusto lector y de la multiplicación del decir poético.

Dado que la existencia del libro de papel todavía es la que asegura la expansión de la literatura, intercambiar la experiencia de editores, mostrar cómo se hace la versión artesanal, reparar en que sin libros no somos libres –sugerencia al viento en el lema Libre libro de la miniferia de la Universidad de las Artes–, mostrar y vender nuevas marcas y títulos, también se ha cultivado en dos de las grandes reuniones de noviembre.

La Feria Internacional del Libro de Quito, que se desarrolló bajo la consigna de “Las otras palabras”, también apuntó al blanco de la poesía porque su visitante de mayor renombre internacional fue Raúl Zurita, poeta chileno perteneciendo al país invitado, que recordó los 70 años de la concesión del Premio Nobel a Gabriela Mistral.

Todo esto en noviembre. Por eso me ha dado por pensar que deberíamos crear una instancia que aglutine toda la gestión cultural del país –o al menos, de la ciudad–, que acoja a quienes realizamos gestión y donde coordinemos nuestro múltiple quehacer en pro de arte y del libro. Tal vez todos saldríamos ganando. (O)