La piedra en el zapato de nuestra deslucida democracia se llama ‘enmiendas a la Constitución’, instrumento de redacción intencionalmente imprecisa, insertado en la Constitución de Montecristi, para convertir sus textos en comodines para amasijos de variada índole, útiles al poder como herramientas para transformar sus necesidades y urgencias en normas de obligatorio cumplimiento general.

Sobre este tema y otros relacionados con el manejo de nuestra institucionalidad, me he referido ya en esta columna. Ha llegado la hora de la verdad. Mi contribución, en uso del derecho de expresión, hasta hoy, no ha sido objetada por quienes impiden la libre circulación de pensamientos divergentes. Mi manera de pensar es conocida, aplaudida por unos, tolerada por muchos y repudiada por otros. Así debe ser. La multiplicidad de opiniones forja criterios. La diversidad de criterios busca consensos. Los consensos abren surcos de posibles entendimientos.

El pensamiento único se rebate hoy, aun en la Iglesia católica. Se discrepa, se analiza, se investiga, se busca tener menos dogmas, más consensos. Quien proclama su verdad, su única verdad (prescindiendo de aplausos circunstanciales, de gestos prefabricados, hábilmente estudiados e insertados en guiones de obligatoria ejecución) deja ya de ser sujeto de credibilidad pese a ingentes recursos utilizados para imponer moldes de pensamiento universal y estampas de comportamientos colectivos. Por suerte, el mundo avanza y Ecuador aún camina. La sagrada palabra que fluye desde el trono de la majestad del poder pasará a la historia como un intento más de aprovechamiento de un momento histórico para servirse del poder en beneficio de un grupo, ambicioso e insaciable, que no hizo lo que proclamó hacer y no transformó aquello que difundió haberlo conseguido. Quienes cándidamente dieron su aporte, porque creyeron en sus líderes, sentirán el peso del engaño.

El manejo superficial e inescrupuloso del presente y futuro del Ecuador, en estas semanas y últimos meses, de parte de quienes gobiernan el país, será, más pronto que tarde, objeto de un necesario análisis de cómo el poder, sirviéndose del poder, a espaldas de las leyes y urgencias nacionales, busca siempre perpetuarse en el poder. “Ahora vas tú, nosotros no; mañana sí, acaso no”, es un grosero intento de camuflar la aprobación de las mal llamadas enmiendas. Este anzuelo nadie se lo traga. Las leyes se escriben para ser observadas. Una mayoría circunstancial no engendra derecho para convertirse en ‘aplanadora’ que destroce nuestra lánguida institucionalidad. La Constitución de Montecristi, aprobada mediante un referéndum, debe seguir igual trámite para ser reformada. Lo demás es viveza (quizá torpeza), atropello, menosprecio, tozudez, despotismo. No se trata de Correa o de AP. Se trata de Ecuador. Una consulta popular urgente debe decir Sí o No a la reelección inmediata e indefinida y al resto de enmiendas. AP no tenía miedo a las urnas. ¿Ahora sí? RCD tiene en las manos la oportunidad de consagrarse, in articulo mortis, como estadista si prefiere la paz y el entendimiento nacionales a los desvaríos de su movimiento político. Punto final, amigas y amigos.

“La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió”, Francisco de Quevedo. (O)