Lo sucedido el domingo en Argentina marca un hito histórico.

Sabrá usted, mi amable lector, que Mauricio Macri –hoy flamante presidente– era un candidato descalificado por sus detractores como de extrema derecha, que sin embargo, durante su campaña, utilizó un discurso moderado para referirse al gobierno de Cristina, e incluso inauguró una estatua de Perón en pleno Buenos Aires.

Esto, obviamente, le significó burlas y acusaciones en redes sociales, por considerar que se trataba solamente de una estrategia política para captar el voto de quienes se sentían decepcionados de la era Kirchner.

Pero luego de lo que hemos visto el domingo, parece que la estrategia de Macri ha funcionado, al punto que está dando fin a décadas de tradición peronista.

Recordemos que desde 1945 hasta 2014, el peronismo ha ganado nueve elecciones presidenciales; y, en el camino, aquellos únicos tres no peronistas que ganaron sitio en la Casa Rosada no pudieron terminar sus mandatos. Los dos primeros, derrocados por golpes militares, y el último debió renunciar por la grave crisis económica que todos conocemos.

Esto, porque según reza la leyenda urbana, para ser presidente en Argentina hay que ser peronista. Nadie lo dijo mejor que el expresidente uruguayo José Mujica, quien en su sencilla forma de hablar retrató la situación de gobernabilidad con la siguiente frase: “Si el (próximo) gobierno no es peronista, se van a juntar todos los peronistas y le van a hacer la vida imposible”.

Y vaya si Mujica tenía la razón. Hoy, todavía, la herencia de Perón se siente en algunas provincias donde Macri no pudo alzarse con la victoria, pese a todos los cuestionamientos que se le han hecho a Cristina y su gobierno; y, sobre todo, se siente en los grandes sindicatos del país, donde el justicialismo (tendencia ideológica del peronismo) es prácticamente la única fuerza existente.

Con oposición legislativa, sin controlar la justicia y con una economía en crisis, parece que la gobernabilidad en Argentina dependerá de la capacidad de Macri para dialogar y llegar a acuerdos duraderos con las fuerzas contrarias, como ha venido anunciando en su discurso de campaña.

Una cosa muy favorable, sin embargo, es que la gobernación de Buenos Aires, provincia que concentra casi el 70% del movimiento económico, la ganó su mismo partido, con lo cual podría tener garantizada la clave para impulsar los cambios que promete.

Sea como fuere, Macri se encuentra, probablemente, frente al reto más importante de su vida; un hito para la historia argentina. Y, definitivamente, un aire fresco para toda la región que tiene los ojos puestos, con esperanza, en el camino que hoy comienza a vivir nuestra hermana República de Argentina. (O)

Hoy, todavía, la herencia de Perón se siente en algunas provincias donde Macri no pudo alzarse con la victoria, pese a todos los cuestionamientos que se le han hecho a Cristina y su gobierno.