Los próximos años serán muy difíciles para todos. No hay esperanzas de que el precio del petróleo alcance los valores de los últimos años y nuestros gobiernos tendrán que ser pragmáticos y reducir sus gastos e inversiones como aconsejan los expertos. El actual ha empezado por disminuir el presupuesto, pero no ha tocado la grande e innecesaria burocracia. No quiere malquistarse con los que deba despedir ni con sus familias. Son votos necesarios para mantener su hegemonía política. Con miras al 2017 y al gobierno que se elija, el actual quiere guardarse la carta ganadora y regresar el 2021 con aires de salvador. Dejará que otros le hagan el trabajo sacrificado, que carguen con el fardo pesado de los gastos y que incrementen ingresos por el impopular arbitrio de gravar más al pueblo.

Al actual le interesa que el nuevo gobierno le guarde las espaldas y pondrá a competir a un amigo leal. Pero en política no hay lealtades sino conveniencias y cuatro años son bastante para descubrir y perseguir los delitos que se hubieren cometido. Habrá juicios por peculado. Será conveniente mantener el control de la justicia y las estructuras de la llamada democracia participativa. El gran líder se mantendrá a la expectativa vigilando que se lo respete y se le cuide el feudo. Tendrá diputados en el congreso para que lo defiendan y eventualmente para reducir al orden a los alzados que pretendan extraviarse. Pretenderá que los próximos cuatro años sean solo un interregno entre dos correísmos.

Este Parlamento sumiso aprobará lo que el jefe quiera. Me pregunto si todavía representa a la mayoría ciudadana, a quienes están hartos de la dictadura, a quienes se reniegan por haber sido seducidos por el carisma de quien se presentó como la gran solución para el Ecuador. Con sus fallas, prefiero aquellos años en que el Congreso se renovaba cada dos años, porque siempre el pueblo prefería a la oposición. Era más difícil gobernar, pero los presidentes terminaban sus mandatos y la democracia fluía sin tropiezos, aun a punta de cenicerazos y amenazas dinamiteras. Todos esos gobiernos fueron mejores, en el sentido del respeto a las libertades, especialmente a la de expresión. Nunca me sentí amenazado por los gobiernos cuando escribía una columna dominical en El Telégrafo, dirigido por el Dr. Roberto Hanze. Ahora debo hacer mi propia censura para evitar problemas con la autoridad. Me pregunto cuántas buenas obras habrían ejecutado Hurtado, Febres-Cordero, Borja, Durán-Ballén y Gustavo Noboa con el petróleo de cien dólares el barril. Prefiero un Congreso beligerante a uno cuya mayoría está sometida, porque no existe separación de poderes. Y me parece que el Congreso debe nominar a los jueces de la Corte Suprema y de la Corte Constitucional. También a las autoridades de control como contralor, procurador y superintendentes. El Congreso es el verdadero representante del pueblo, mejor si es independiente.

Se teme consultar al pueblo sobre la reelección indefinida porque la mayoría dirá que no. Por eso, el atajo del Parlamento es la opción sin peligro. Este Gobierno se esconde bajo el ropaje del interés nacional con ingeniosos sofismas. (O)