Como dijo Mauricio Macri la noche del pasado domingo ante miles de sus simpatizantes: las elecciones del domingo más que un cambio político marcan el cambio de una época en Argentina. Habiendo perdido en la primera vuelta, y teniendo que luchar electoralmente en contra no solo de un todo, un Estado-candidato, sino también en contra del mito de la invencibilidad del peronismo, Mauricio Macri, un empresario devenido en político, logró finalmente poner fin a uno de los socialismos o, mejor dicho, dictaduras del siglo XXI que se había instalado en América Latina.

La excelente votación de Scioli –otro exitoso empresario– se debió en parte a que fue el candidato del kirchnerismo que menos se parecía a Cristina Fernández, y por ello hay que entender en todas sus dimensiones la afirmación de Macri sobre el cambio de una época. El estilo y personalidad de Scioli marcaron una distancia tan notable con el populismo del tradicional peronismo, como aquella que significó el triunfo de Macri respecto del sistema político argentino en su conjunto. Por ello es que ha cambiado una época. No únicamente porque Macri ha ganado. Es porque finalmente parece que la política argentina comienza a tomar otro rumbo del que había estado secuestrada por tanto tiempo. En la medida en que el peronismo logre entender, como en efecto parece que lo está haciendo y para ello las declaraciones de Massa fueron significativas, que la sociedad se cansó de una política que aborrece el diálogo y el consenso entre fuerzas diversas, en esa medida, el peronismo sabrá conservar su espacio histórico en la vida pública argentina.

Y es que, en efecto, cambió toda una época en Argentina. No fue Scioli el que perdió realmente el pasado domingo. Quienes perdieron el domingo fueron la prepotencia, la arrogancia y la vanidad que era el estilo con el que se había venido gobernando esa nación. Perdió esa visión que ve al ejercicio del poder como una oportunidad para insultar y humillar al adversario, y desahogar resentimientos personales. Esa cultura fue la derrotada el domingo. Perdieron quienes privilegiaron la confrontación permanente, el ataque constante, y la persecución despiadada, de quienes pisotearon la Constitución e impusieron la ley de la selva al destruir el Estado de derecho. Se puso fin a la desfachatez de gobernantes que se ven a sí mismos como enviados divinos y preciados tesoros, que dizque han sido llamados a refundar la sociedad en nombre de una revolución que simplemente sirve para ocultar su mediocridad.

El pueblo argentino simplemente se cansó, se hastió de doce años de cadenas nacionales, de conflictos y de discursos. Se cansó de una casta política que no creyó en la separación de poderes, en la libertad de expresión, en la inversión extranjera, en la independencia judicial. Una casta que aplastó los derechos humanos y las libertades públicas, y que nunca supo escuchar sino mandar.

La próxima parada de este tren de la democracia que ha comenzado a recorrer por América Latina será en Venezuela. (O)