Uno de mis sueños infantiles fue sin duda ser hippie, situación que obviamente paraba los pelos de punta a mi mamá y llenaba de pesadillas a mi papá. ¡Pobres! Recuerdo el día que pedí que por favor me dejaran ir a Woodstock, a papá le sonó a Disney World, pero esa noche soñó que iba a trabajar en blue jean y con camisa con bordados de Zuleta (aún la revolución ciudadana no dictaba la moda, y él era gente respetable). También viene a mi memoria la cara de mi mamá el día que me puso el vestido de nido de abeja, me peinó media cola, me rizó las pestañas, me dejó divina y yo bajé a un formalísimo almuerzo con mi pantalón descolorido, sandalias, 485 pulseras de cuero y el pelo suelto.

La vida me enseñó que es mejor ser feíta pero educadita y me volví un poco formal, pero siempre admiré a la gente que es capaz de romper ciertos esquemas, de expresarse libremente y hacer cosas distintas, cosas vitales.

Escribo esta columna desde la Universidad de las Artes, en pleno malecón de Guayaquil, mientras participo en la feria Libre Libro, organizada por la escritora y gestora cultural María Paulina Briones y su equipo. Ella me cuenta sobre las distintas iniciativas culturales: Desembarco poético, Se alquila, etcétera. ¿¡Y por qué no nos enteramos!?, pregunto, aunque la respuesta ya la sé: comunicar es caro.

En la noche, cansada, veo cómo Scioli pierde irremediablemente, suena el teléfono y oigo una voz: ¡Amistad!, me dice; es otra guayaca inquieta, Adelaida Jaramillo, que me invita al microteatro. ¿Con esta pereza? ¡Sí, con esa misma!, me ordena; yo cumplo desganada y voy al Parque Histórico a vivir una bellísima experiencia: en un escenario único, la casa Lavayen, asisto a una comedia buenísima y un drama mejor aún. La primera, Un idilio ejemplar, un idilio dirigido por Julio César Andrade y actuado por Alejandra Paredes y Juan José Jaramillo; y el segundo, La marquesa de Lakspor Lotion, obra corta de Tennessee Williams con la impresionante actuación de Marina Salvarezza. Dirigida por Jaime Tamariz, actúan también (y muy bien) los jóvenes Rocío Maruri y Alejandro Fajardo.

Vuelvo a la feria del libro y me siento renovada, feliz de ver a tanto alumno, puro hippie, con ganas de comerse el mundo y con ganas de hacernos vivir. La presencia del poeta y filósofo uruguayo Roberto Echavarren, quien me cuenta sobre su poesía, su libro Michel Foucault filosofía política de la historia, su Noches rusas...; el abrazo de Matías Zoja, editor argentino de La Bestia Equilatera, quien teme que Macri pueda deshacer lo logrado en el ámbito cultural; la sonrisa de Jorge Izquierdo, escritor quiteño, finalista del premio Herralde, me confirman que soñar es posible, que se puede seguir apostando por el libro y la cultura, a pesar de todo.

Ojalá el presi nos prestara un tiempito a Vinicio Alvarado (con plata y persona) para que maneje la comunicación cultural, para que Libre Libro, microteatro y demás iniciativas se difundan. Sería una buena manera de entregar el poder sin quedarle debiendo a la cultura. (O)