Resulta absurdo que el presidente de la República siga repitiendo las mismas críticas al modelo de gestión del Municipio de Guayaquil a pesar de la adhesión y el apoyo democrático de la mayoría de los guayaquileños al alcalde Nebot. Este 9 de octubre, con motivo de las fiestas de independencia, Correa volvió sobre la misma cantaleta durante el discurso en el Guasmo sur. Si aplicáramos la lógica que el presidente de la República esgrime en contra de sus opositores para restar legitimidad a sus voces políticas –“somos más, muchísimos más”, o “ganen una elección primero”–, él no debiera opinar sobre los modelos de gestión de aquellas ciudades donde Alianza PAIS perdió en las elecciones municipales de febrero de 2014. Los triunfadores podrían recordarle: “Somos más, muchísimos más”.

Ninguno de los intentos de Alianza PAIS por capturar el codiciado espacio político que representa el poderoso Municipio de Guayaquil ha sido exitoso. A pesar de la hostilidad del Gobierno central, el modelo de Nebot no ha sido afectado. En la ciudad se piensa que la fortaleza del alcalde se debe a la amplitud y eficiencia de la obra pública, como al hecho de que Alianza PAIS no ha planteado una alternativa viable y convincente para reemplazar el modelo actual. Aunque para muchos resulta un momento ya lejano de la vida de la ciudad, sigue pesando en la memoria la desastrosa situación vivida por Guayaquil durante las décadas de los años setenta y ochenta –cuando menos– provocada por las frecuentes y erráticas intervenciones del centralismo en el Municipio y por el propio fracaso de las administraciones roldosistas. El temor de una vuelta al pasado sirve como freno para no caer en ilusiones demagógicas.

El tema de fondo, sin embargo, no es si Correa debiera aplicarse a sí mismo su propia lógica y no hablar sobre Guayaquil, sino la coexistencia entre Gobierno central y gobiernos locales cuando estos se orientan por ideologías distintas y el propio ordenamiento territorial reconoce un sistema diferenciado de niveles de gobierno y legitimidades democráticas. Resulta una aberración que el presidente y el alcalde de la más populosa ciudad del Ecuador se hayan saludado, el jueves pasado, por primera vez en siete años. Ha sido un largo periodo de distanciamiento, de no cooperar entre niveles de gobierno, de no hablarse, de competir entre liderazgos con rasgos caudillistas, de trabajar cada quien por su cuenta, cuando la ciudad tiene tantas necesidades largamente acumuladas.

La convivencia entre niveles de gobierno de orientación ideológica distinta resulta parte del juego democrático allí donde los estados se autoproclaman descentralizados y autónomos. Pero bajo la revolución ciudadana esa lógica no opera. Funciona o la subordinación de los gobiernos locales al proyecto estatal nacional, o el conflicto, si se declaran efectivamente autónomos. Tan absurda resulta la interacción entre presidente y alcalde de Guayaquil que después del estrechón de manos en la inauguración del nuevo edificio de la Contraloría, ambos caudillos fueron, al día siguiente, a repetir sus posiciones en contra del otro en sus respectivos gallineros: Nebot en el Palacio de Cristal y Correa en el Guasmo sur. Absurda pugna y división de la ciudad cuando hay tanto espacio y necesidades donde cooperar, a pesar de las diferencias. (O)