Coincidencias o no, este año dos de los más importantes premios Nobel –el de literatura y de la paz– han ido a manos de personas y organizaciones empeñadas en defender los principios y valores de la democracia, de la democracia no solo como sistema de gobierno, sino como forma de vida. La decisión de la Real Academia de las Ciencias de Suecia constituye así el más reciente testimonio de las profundas dificultades que vienen enfrentando muchas sociedades en los últimos años para instaurar y consolidar regímenes democráticos.

Las grandes esperanzas que nacieron luego del colapso del imperio soviético y la desintegración de las dictaduras comunistas en la Europa del Este, hechos que constituyeron un profundo jalón en favor de la libertad y la democracia, tuvieron una vida breve. No solo que en muchas de esas naciones, encabezadas por la propia Rusia, otras formas de dictaduras han surgido, sino que, además, durante el proceso de transición se cometieron serios atropellos e injusticias sin nombre. El “hombre soviético”, esa figura casi mitológica creada por el estalinismo y que atormentó a millones de individuos por casi medio siglo, simplemente cambió de atuendo.

Este ha sido uno de los temas que han inspirado la obra de Svetlana Aleksándrovna Aleksiévich. Nacida en Ucrania pero radicada en Bielorrusia, Aleksiévich ha escrito extensa e intensamente sobre el sufrimiento y mentiras que vivieron millones de personas bajo el régimen soviético, y cómo esa situación sigue sin cambiar significativamente bajo el autoritario sistema creado por Vladimir Putin en Rusia. O por la dictadura que se vive en Bielorrusia bajo el liderazgo de Aleksandr Lukashenko –recién reelegido por quinta vez–, un régimen fascista que mantiene un control abusivo sobre los medios de comunicación.

El hecho de que Aleksiévich sea una periodista de formación, y que sus libros vengan escritos en un estilo muy próximo al propio del reportaje, es un claro mensaje de papel crítico –casi heroico en ciertas naciones– que tienen los periodistas hoy en día, como incómodos baluartes de la libertad.

Otro de los procesos históricos que despertó enormes esperanzas en favor de la libertad y democracia es la llamada “Primavera árabe”, el movimiento transnacional liderado por la sociedad civil para derribar a las dictaduras que bajo la careta del nacionalismo y anticolonialismo se habían perpetuado en el poder en el mundo árabe. Si bien algunas de estas revueltas han terminado en fracasos, y otras en guerras civiles, en el caso de Túnez ha sido a todas luces exitosas. En ese proceso de transición tuvo un rol importante una organización de la sociedad civil de esa nación compuesta por un sindicato laboral, un gremio empresarial, una organización de defensa de derechos humanos y una asociación de abogados, conocido como el “Cuarteto del Diálogo Nacional Tunecino”. Dicha agrupación facilitó la compleja situación que se presenta siempre para pasar del derrocamiento de una dictadura a la instalación de la democracia. Una experiencia interesante para aquellas sociedades civiles que hoy enfrentan regímenes autoritarios. (O)