Mucha gente se ha cambiado a vivir en Samborondón buscando un lugar vigilado y seguro. El cantón ha crecido sin planificación, traba ni medida. Las urbanizaciones se han multiplicado, los constructores han ganado fortunas y hay especulación en los precios de las viviendas. Todavía sigue siendo un imán, signo de progreso, y a ninguno de sus habitantes les importa que les hayan endilgado el mote de “pelucón”.

También quien escribe esta columna vive en Samborondón. Tenía una villa, desde hace décadas en mi querida ciudadela Bolivariana, pero me harté de la inseguridad porque mis hijas fueron asaltadas y robadas varias veces al pie de mi casa. Eso fue hace unos once años. Desde entonces he visto cómo se ha desarrollado esta zona, cuyo inusitado crecimiento nadie pudo prever, ni sus problemas:

1.- Hay una sola avenida, de varios carriles para el tránsito, que sirve a toda la zona, que incluye La Aurora y a muchas urbanizaciones del cantón Daule. Si se quiere ir de una urbanización a otra, hay que salir a la avenida, buscar el retorno más adecuado y entrar a su destino. Congestión de tránsito.

2.- Se han instalado algunos establecimientos educativos y durante la época de clases, miles de autos circulan por la avenida para dejar y recoger estudiantes. Más autos, más congestión.

3.- Fácilmente se puede comprobar que Samborondón es una ciudad satélite de Guayaquil, como una ciudad dormitorio. Esto significa que muchas personas pugnan por llegar a sus trabajos por lo menos dos veces al día.

4.- El tránsito es el más grave problema. Esa avenida está repleta todo el día. A veces para llegar al centro de Guayaquil, uno se tarda más de una hora, avanzando lentamente mientras transcurren los minutos, se calientan los motores, se va la vida y se pierde muchísimo dinero con el tiempo desperdiciado de miles de personas. No se puede ser puntual, porque no se sabe cuánto tiempo se va a demorar en el lento desplazarse. Dudo que se haya hecho un estudio confiable sobre el volumen del tránsito por la sencilla razón de que la zona es como tierra de promisión y las urbanizaciones crecen como hongos en las primeras lluvias. Lo cierto es que nunca se pensó en una calle alternativa para descongestionar. Tanto Samborondón como Daule crecen día a día.

5.- Todo es más caro. Los restaurantes son más costosos, los comerciantes deben cargar a sus mercancías los costos más altos por los alquileres. El valor de los inmuebles está sobredimensionado, el metro cuadrado de construcción es muy alto si se considera que el cemento, el hierro y los materiales cuestan lo mismo para construir una casa en Guayaquil que en otras partes. La especulación encarece todo, por la alta demanda. Quieren ser “pelucones” hasta los “chiros”.

6.- Los impuestos prediales están entre los más caros del país. El Municipio aumenta los avalúos empujado por los costos de los bienes raíces. La avenida Samborondón es del Gobierno central. No recibimos servicios municipales en contraprestación, pues con los prediales nos cobran otros rubros como el aseo de calles y el alumbrado público. Van a construir un puente en un sitio que está protestado por los vecinos y dudo que vaya a ser de gran alivio para el tránsito, pues parece que muchos automotores provienen de más al norte de la vía, por el camino a la cabecera cantonal. El viaducto desembocará en otra avenida que tiene mucho tránsito.

Contra toda doctrina de Derecho Tributario, nos van a cobrar una exacción llamada “contribución especial por mejoras” a todos los habitantes del cantón, cuando tal gravamen se cobra solo a quienes se benefician de una obra próxima. El puente debería pagarse con el cobro de un peaje, como se hizo con el primer puente Guayaquil-Durán, que se pagó dos años antes de que se vencieran los diez de la concesión. Es injusto y abusivo cobrar a todos los habitantes esa contribución. La M. I. Municipalidad de Guayaquil lo pagará con sus ingresos: ¿por qué no hace lo mismo la de Samborondón si nos cobra impuestos tan altos?

7.- Vivo en zona de edificios altos. De repente alguien “con billete” organiza una fiesta “a todo dar” en los jardines de su edificio, al aire libre. Es obvio que contrate “música” (diría mejor percusión). Pero la ponen a todo volumen sin importar la incomodidad que causan a los vecinos. Las fiestas duran hasta la madrugada. Al final, usted puede escuchar a los borrachitos cantar mientras se toman la del estribo. Como son poderosos y ricos, no hay lugar a la protesta y la Policía no interviene. En estos casos la educación queda por los suelos y la consideración y el respeto a los otros son antiguallas de viejos.

8.- Mucha gente está confundida, pues piensa que todos quienes viven por acá son ricos y de la “crema” de la sociedad. Al contrario, la mayoría pertenece a la dorada clase media. Personas que trabajan para mejorar su nivel de vida, cuyo sueño es el de todos: educar a sus hijos, habitar en casa propia y segura y tener su carrito. Son así miles de personas que merecen ser tratadas como tales, con soluciones inteligentes que les permitan vivir con dignidad y que no gasten minutos valiosos de sus vidas agarradas al volante de un auto, sufriendo por la “sapada” de choferes de buses que van arrasando con quien ose ponerse a su lado y de los patanes apurados que creen que ganando uno o dos espacios han triunfado en la vida.

9.- Si usted, lector, se da una vuelta por la carretera a la cabecera cantonal o mira a los costados de la avenida León Febres-Cordero de Daule, verá que hay muchos terrenos en barbecho o con sembríos de arroz. Esos latifundios algún día serán vendidos a los constructores y surgirán nuevas urbanizaciones. Las autoridades municipales están obligadas a prever ese crecimiento y a planificar calles y avenidas que faciliten el tránsito hacia la urbe, que es fuente de trabajo para todos. Deben hacer experiencia de estos problemas y evitarlos en futuro inmediato. Planifiquen inteligentemente, con honradez.

10.- Con todo esto, quien desee venir a habitar por estos lares, que lo piense bien para que no sufra desilusiones. Se cumple aquello de que no todo lo que parece bueno realmente lo es. (O)

Las urbanizaciones se han multiplicado, los constructores han ganado fortunas y hay especulación en los precios de las viviendas. Todavía sigue siendo un imán, signo de progreso.