Imaginemos esta situación. Una familia ha vivido años excepcionalmente buenos con lo cual aumentó enormemente sus gastos (útiles e inútiles), y de repente le caen encima fuertes golpes (pérdida parcial de empleo, menos ingresos), la situación se complica seriamente, hay ajustes difíciles que hacer, pero no es cuestión de mala suerte o culpar a otros porque los problemas sí se podían parcialmente anticipar y los excesos moderar. Por eso los ajustes de la familia deben necesariamente empezar eliminando gastos innecesarios que son más bien un lastre para todos…

… esta es la economía ecuatoriana. El ajuste necesario debe primero y ante todo partir de una radical disminución del excesivo gasto público. Radical e inevitable. Eso se ha pospuesto en primera instancia, por eso desde mediados de 2014, el endeudamiento externo ha aumentado en casi 8.000 millones de dólares. Pero esa fase ya se evapora, ya no es tan fácil endeudarse, y no lo será. Hay que pasar a lo necesario.

Frente a eso hay dos visiones posibles (olvidando la opción de no hacerlo, que no tendría ningún sentido). Uno: se frena a raya el endeudamiento, se recorta el gasto dramáticamente (lo cual incluye una gran eliminación de trámites, controles, regulaciones), se bajan impuestos (entre otros el impuesto a la salida de divisas), etc... Dos, se frena el gasto público fuertemente pero en un plan más gradual de 3 o 4 años, que viene acompañado de financiamiento externo del FMI (¡el cuco!), así la economía se va ajustando y equilibrando. Cada uno escoja lo suyo, pero cualquiera de las dos estrategias requiere de al menos algo adicional, un reajuste de precios y salarios en la economía: en particular un salario básico mensual de 450 dólares por 40 horas semanales no es compatible con la productividad media de nuestra economía. Es indispensable mayor flexibilidad laboral que permita repartir mejor empleos y costos, sobre todo para empresas pequeñas y medianas. Todos quisiéramos evitarlo, pero no se puede ante tanto exceso anterior …y hay que agregar algo más: precautelar la confianza y estabilidad del sistema financiero con medidas variadas. Todo esto generará una reacción positiva de los agentes privados, la inversión y consumo privado volverán a reflotar la economía, luego de un inevitable periodo de caída.

Nada de esto es nuevo (muchos lo han dicho desde hace años), pero ojalá sea escuchado. Ojalá, ahora que el Gobierno parece tomar conciencia de la crisis. Hasta hace poco se hablaba de un crecimiento (sin sentido) del 1,9% para 2015 y 3% para 2016. Se acepta que en el 2015 será 0,4%, lo cual implica una caída muy fuerte en el segundo semestre y peor en el 2016. La estrategia minimalista, y peor la de “todo Estado” no funciona, y nos lleva al desastre. Hay que enfrentar la crisis con un plan global que genere un shock de confianza. Ojalá se entienda que los comentarios (estos u otros) no son (ni han sido) para maltratar la imagen del Gobierno, sino para que, estando todos en el mismo barco, encontremos una salida, nunca fácil, pero menos impactante. (O)