La escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, de 67 años, ha recibido el premio Nobel de Literatura “por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Desde hace cuarenta años ella ha desmontado esa invención ideológica que contenía una inmensa falsedad: el hombre nuevo soviético comunista. Y lo ha hecho colocando en primer lugar la voz y la palabra de los protagonistas de aquellos dramas sociales que el poder totalitario quiere escamotear del conocimiento público. Para Alexiévich, el periodismo es “un género en el cual las voces humanas hablan por sí mismas”.

La flamante Nobel ha publicado libros que cuestionaron el heroísmo de los soldados soviéticos en la II Guerra Mundial, o la experiencia desoladora y mortal de los chicos en la guerra afgano-soviética, o los suicidios de quienes no soportaron el derrumbe del sistema. Su más reciente libro de 2014 indaga en las tragedias que los hijos del comunismo siguen viviendo como resultado de la dictadura del proletariado. Alexiévich presenta el testimonio de la historia reciente con la fuerza estilística de la verdad desnuda: “Todos mis libros consisten en evidencias testimoniales, las voces vivas de la gente”.

El único libro en español que, al parecer, disponemos de Alexiévich es Voces de Chernóbil: crónica del futuro (en Siglo XXI y también en Debolsillo, ambos con traducción de Ricardo San Vicente), publicado a los once años de la catástrofe nuclear y reescrito en 2006 con nuevos materiales para comprender mejor los horrores de la catástrofe: el horror de la devastación radiactiva y el horror político y social ocasionado por un gobierno cuya premisa era ocultar la verdad a los ciudadanos, amparado en la creencia ciega de que contradecir al gobernante soviético era darle armas al enemigo capitalista.

Alexiévich conmueve por la manera en que reconstruye “una historia de los sentimientos humanos”, buscando la trascendencia de las emociones. En una escena un médico le advierte a una mujer que se aproxima a su marido agonizante: “¡No se acerque a él! ¡No puede besarlo! ¡Prohibido acariciarlo! Su marido ya no es un ser querido, sino un elemento a desactivar”. Alexiévich escribe: “¡Ante esto, hasta Shakespeare se queda mudo! Como el gran Dante. Acercarse o no, esa es la cuestión. Besar o no besar”. A la hecatombe social (el derrumbe de la URSS) se junta la cósmica (Chernóbil) que, en realidad, es un cataclismo de la conciencia, dice.

El Nobel de Literatura lo tiene una escritora de no ficción, una periodista. Los periodistas del mundo –no los parlantes de los diarios gubernamentales– deben entender que este galardón es también para ellos porque, a pesar de todas las amenazas pronunciadas por las mafias políticas y económicas, se esfuerzan por revelar los engaños del poder, especialmente el de corte dictatorial que cree que su voz es la única que debe difundirse. No en balde Voces de Chernóbil desmiente el desvarío oficial de sostener que la avería de la central nuclear se habría producido por una acción planificada de los imperialistas occidentales. (O)