Los seres humanos son capaces de construir máquinas extraordinarias. En la frontera franco-suiza fabricaron bajo tierra un colisionador de partículas de 27 kilómetros de extensión, más de 5 pisos de alto, y descubrieron después de casi 20 años de búsqueda el famoso bosón de Higgs, la llamada partícula de Dios, en julio de 2012. Nunca antes hubo un momento así en la historia de la humanidad. Los descubrimientos realizados anteriormente habían sido muchos, pero este intentaba recrear las condiciones físicas posteriores al big bang inicial y dilucidar el antes, el presente, lo que puede pasar después de ese momento inicial.

Descubrir la partícula que mantiene toda la creación unida fue un paso gigante en la búsqueda de respuestas a las preguntas esenciales de todo ser humano. Como se creó el mundo, como se sostiene, cuál será su futuro. Las religiones y la filosofía intentan dar respuestas, la física la busca en las ciencias.

Miles de científicos de todas partes del mundo se unieron en la búsqueda. Más de 100.000 computadoras estaban conectadas a lo largo y ancho del mundo. Al descubrimiento inicial siguieron muchas respuestas que se transformaron en nuevas preguntas y nuevos asombros. La exageración se convirtió en realidad frente al extraordinario mundo de lo infinitamente pequeño.

En todos esos descubrimientos se unieron inteligencia, habilidad artística y el momento preciso para intentar resolverlo. Se invirtieron billones de dólares sin saber si tendría utilidad lo que encontraran o estarían en un camino sin salida.

Me llenan de asombro las capacidades del ser humano, esa criatura insignificante que somos, que gira en su casa azul en medio de millones de galaxias. Y siempre me formulo la misma pregunta. Si somos capaces de descubrir que hay agua en Marte, de acercarnos a los arcanos más infinitamente pequeños de la materia, por qué no podemos resolver el problema del hambre, de la injusticia, de la guerra. Peor aún porque creamos esas realidades.

Hoy el antagonismo no está donde lo situaban hace algunos años y durante siglos en el mundo occidental: entre el alma y el cuerpo, está entre la razón y el corazón.

Explorar los sentimientos, eso que nos hace tan frágiles y tan fuertes, permitir que ellos den forma al mundo de la economía y la política tan despiadadas y excluyentes, es tarea pendiente. Nos hace falta investigar, profundizar en ese ser tan lejano e ignorado que somos nosotros mismos. Comprender cómo funcionamos socialmente, culturalmente, emocionalmente. Los pasos agigantados de la técnica y la ciencia no han sido seguidos en la misma proporción y dedicación en la ética y en lo social.

Nunca hubo tantas personas pobres, y niños muriendo de hambre en el mundo. Somos testigos de la migración masiva, sobre todo hacia Europa, para huir de la guerra y el hambre. Nunca se mató por motivos tan banales. Las matanzas en Estados Unidos realizadas por personas desquiciadas que ejecutan a compañeros no son peores que las muertes y violaciones de niñas inocentes en nuestro país.

Si los científicos se afanan por descubrir lo que mantiene la vida, quizás habría que redescubrir a Empédocles, que seis siglos antes de nuestra era sugería que todos los elementos fueron reunidos por el amor. Y potenciar el valor político de la ternura, la comprensión, la diferencia, el diálogo, la escucha, la creatividad, para construir una sociedad de respeto y eficacia. (O)