En la actualidad, el mundo occidental como eje y estandarte de la civilización tiende aún a mantener hegemonía cultural, económica, política, religiosa, etcétera; convirtiéndose en protagonista reiterado en estos días, donde la ética con sus principios ha sido puesta a prueba, a fin de que la moral sea la expresión externa de miles de millones de seres humanos que vivimos en este único planeta.

Reafirmando los lineamientos éticos y morales católicos, el papa Francisco ha demostrado su inconformidad en muchos temas lacerantes que corroen a la sociedad señalando, especialmente, la desintegración familiar como principal gestora agravante de la ya delicada situación mundial, repercutiendo no solo en lo social sino que siendo consecuencia de dirigencias políticas a cargo de unos pocos llamados líderes, originan y determinan amplios y múltiples problemas. En este aspecto seguimos con retroceso igual que en tiempos inmemoriales. Habría que actualizar la definición de “soberanía nacional”. Así no se puede avanzar en busca del bien mayor. Deben existir organismos que eviten que un mandatario, sea quien sea, no traspase los linderos de los derechos humanos y ambientales, so pena de ser sancionado. Pruebas: venta de vehículos adulterados en el control de la contaminación ambiental, evidenciado por uno de los países más contaminantes del mundo, lo cual nos induce a pensar que sí están conscientes del daño que ocasiona la energía no renovable que va de la mano con la “seguridad ambiental”, sin ella un país por más poderoso que sea se vuelve indefenso. La migración observada rebasa y le da un nuevo giro a la práctica y defensa de los derechos humanos; sin ninguna documentación, solo el derecho de la fuerza y a la supervivencia, se exige a Europa el derecho a vivir en sus países. Otra manifestación: el petróleo, según medios de comunicación, seguirá a la baja debido a que grandes productores árabes están en carrera contra el tiempo porque hacia el 2030, se verán obligados a no tener rentas, dado que será reemplazado por energías renovables, el cuidado del planeta lo exige. Pienso en mi país, cuánto dinero invertido en refinerías, hidroeléctricas, sin embargo no tenemos un instituto, uno, que estudie las consecuencias del uso de las energías no renovables y favorezca las renovables. Pensé ilusamente que el impuesto llamado “verde” sería para algo semejante, pero no fue. ¿Así pensamos enfrentar el futuro? (O)

Regina Zambrano Reina, doctora en Jurisprudencia, Guayaquil