Y bienvenida también librería Española, Rayuela y Librería Carlos Fuentes del Fondo de Cultura Económica. Bienvenidas todas las librerías. Bienvenidas, aclaro, a la responsabilidad cultural, no solo comercial, de estimular la exposición y venta de libros ecuatorianos. Insisto en el tema porque parece que la costumbre y la inercia hacen creer en Ecuador que se está viviendo una situación normal con la prácticamente nula exposición de libros editados en el país.

Vengo de pasar tres meses en Ecuador, conversando con libreros, editores y escritores, y el escenario es crítico referente a la cultura de los libros, a su circulación y difusión. Parece que el contexto actual está dispuesto para dificultar el trabajo editorial nacional. Quien ha seguido mis columnas en este espacio recordará los distintos casos abordados, desde el entrampamiento burocrático de los libros impresos por instituciones culturales que se ven imposibilitadas de vender sus publicaciones, o incluso aquellas que, como el Municipio de Guayaquil, que ha editado impecables colecciones de literatura ecuatoriana que solamente se pueden comprar en una ventanilla del Municipio. A esto habría que añadir premios literarios gestionados por ministerios que han tardado meses o años en ser publicados o que duermen el sueño de los injustos en bodegas. En este panorama no es menos grave –en el sentido de que la cultura librera sigue siendo un campo propicio solamente para élites académicas e intelectuales– que sigamos careciendo de una política cultural que favorezca el uso vivo y dinámico de bibliotecas. Si el mercado no responde, quedaría esta alternativa, pero no es el caso. Las aristas son varias y todas concluyen en lo mismo: se vive en una selva editorial donde los afectados son los lectores y la cultura.

Pero si hay libros por todas partes, podría advertir el lector. Los hay, pero con una dispersión y un enfoque errados. Para empezar una de las primeras constataciones es que los editores ecuatorianos se ven abocados al siguiente escenario: se hacen ediciones cuidadas, con gran rigor, que no circulan porque el aparato de distribución topa con algunos de los problemas señalados, entre los que se encuentra uno particularmente grave. Y es que las librerías han optado por no recibir las publicaciones ecuatorianas, o lo hacen con cuentagotas. El argumento es que la literatura o las ediciones nacionales no venden. Se trata de un círculo vicioso que no se rompe. Si las librerías no reciben los libros editados en Ecuador, y sobre todo si no los hacen lo suficientemente visibles –y por visibilidad entiendo que sean expuestos en igualdad de condiciones con las publicaciones extranjeras y en las mesas de novedades de primera línea y en vitrina– obviamente se está levantando un muro insuperable. La principal queja de los editores ecuatorianos es que las librerías no solo que no les exhiben de manera favorable sus publicaciones, sino que ni siquiera quieren recibir sus libros. Hay argumentos peregrinos que rondan la censura: algunas librerías no quieren recibir libros políticos –muchos de ellos críticos con el Gobierno– para supuestamente “no enemistarse” en el escenario político, aunque bien que exponen los libros como el del mismo presidente Correa. ¿Por qué esa restricción, cuando se supone que en una librería deben poder convivir para elección del lector la mayor variedad de puntos de vista, incluso contrarios? ¿No se trata de eso la cultura editorial? ¿O es que el librero no es más que un vendedor de productos? ¿Tan bajo se ha caído?

Los editores ecuatorianos están pasando por una crisis que nunca se ha visto antes, con una mayor producción nacional de autores pero con una menor posibilidad de exposición y circulación. Ahora que el grupo de Mr. Books ha adquirido Libri Mundi, sumando entre ambas el mayor número de librerías de gran consumo, no debe dejarse a un lado el riesgo de monopolio que coarte el flujo editorial nacional. Las consecuencias se palpan: las pequeñas editoriales ecuatorianas se ven prácticamente obligadas a tener que crear sus propios puntos de venta, o desaparecerán. Enhorabuena, se podría decir. Pues no es una buena noticia. Se está fragmentando el tejido librero, y los escritores nacionales se ven abocados a una dependencia de editoriales o ediciones internacionales... para volver a entrar al país. Si a esto se suma el desproporcionado precio que se impone a los libros importados –¿en razón de qué?, ¿pagan elevados impuestos?, ¿tan caro es el transporte que los libros terminan con un precio duplicado o triplicado?– veremos que el libro está condenado a ser un artículo de lujo. ¿Alguien controla esta situación?

Tampoco hay que caer en el paternalismo estatal del libro regalado. Este es otro vicio que corroe el tejido editorial. Parte de esta crisis viene dada también porque finalmente nunca se concreta una política cultural para el libro en Ecuador. Y me resulta problemático pensar siquiera en tener que exigir al Estado una intervención para que imponga a las librerías una cuota de exposición de libros ecuatorianos, como ocurre con las cuotas a los medios nacionales. Es un mal camino. Quisiera confiar más en el compromiso de las librerías para que se rompa ese círculo vicioso y se pase a una nueva época en la que la producción nacional pueda circular con fluidez, y permita a los lectores conocer cómo se piensa y cómo se escribe desde el país, y dar así una mayor confianza a un pensamiento propio que tiene su lenguaje sin vernos abocados a un lenguaje mediático y simplificador donde ya no cabe el matiz, sino la circulación masiva, indiscriminada y despersonalizada. No se trata de un elogio de lo nacional: que circulen los libros es una invitación a la crítica de lo propio, a que el lector juzgue lo bueno, lo malo y lo feo de lo que se escribe en el país. Así que invito de nuevo al lector para que vaya a las librerías ecuatorianas y vea lo que ocurre, y que se dé cuenta de que no es una situación normal sino el síntoma de una crisis que sigue empeorando. Es, a fin de cuentas, el lector –a quien supongo crítico y no solo un simple consumidor– quien debe exigir. Mire la vitrina de su librería y descubra qué libros se exponen.(O)

La principal queja de los editores ecuatorianos es que las librerías no solo que no les exhiben de manera favorable sus publicaciones, sino que ni siquiera quieren recibir sus libros. Hay argumentos peregrinos que rondan la censura: algunas librerías no quieren recibir libros políticos –muchos de ellos críticos con el Gobierno– para supuestamente “no enemistarse” en el escenario político, aunque bien que exponen los libros como el del mismo presidente Correa.