A los ecuatorianos nos molestaría que al Chimborazo se lo denominara Whimper, en honor del primer hombre que lo coronó. Pienso que a los nepalíes no les debe gustar que a la montaña que ellos denominan Sagarmatha, se la llame Everest, en honor de un británico que ni siquiera la escaló. Con ese nombre, que pone en evidencia el egocentrismo cultural europeo, se está exhibiendo una película que relata la historia de una desastrosa expedición a la montaña más alta del mundo. De joven me gustaba el montañismo, noble actividad que abandoné y cuando quise retomarla no fue posible por prescripción médica. Pero he permanecido atento a los eventos más importantes de esta disciplina y me gustan las películas y los libros sobre el tema.

Dije noble actividad porque se supone que en ella no hay rivalidad entre personas, ni se introducen las corruptelas del profesionalismo que asuelan a otros deportes. Pues el filme busca demostrar que no es así, que la competencia que se suponía era entre ser humano y montaña, también puede convertirse en una rivalidad entre personas. Además sí existe una creciente comercialización, más que profesionalización, en el montañismo, que desvirtúa la esencia de este deporte y puede llevar a situaciones peligrosas cuando se prioriza antes que nada la rentabilidad.

La semana pasada se exhibió en Quito, y en las siguientes se lo hará en otras ciudades del país, la muestra del Festival Ecuador Cine Aventura, que incluye una de las “paradas” del Banff Mountain Film Festival World Tour. A más de las cintas extranjeras se proyectaron bastantes nacionales en las que volví a encontrar ese espíritu fresco y generoso que debe primar en estas actividades. Aquí lo importante no es competir, sino ganar, ganarle a los obstáculos que nos pone la naturaleza y, sobre todo, ganarse a sí mismo, el rival no está en la arisca pared de roca, ni en el resbaloso glaciar y, ni siquiera en las limitaciones del cuerpo, está sobre todo en la mente y mejor si lo digo en el espíritu. El ascensionismo me interesa como experiencia mística. Viendo esas cintas queda claro que más que audacia para enfrentar al riesgo, importa la cotidiana preparación, la consideración lúcida de los peligros y la actitud alerta. Toda una filosofía de la vida.

¿Para qué la gente escala montañas de ocho mil metros, trepa paredes verticales, se lanza en bicicleta por derroteros en los que es difícil andar a pie y otras actividades que parecen suicidas? Dos amigos míos caminaban cargados de equipo de ascensión por uno de los arrabales altos de Quito. Un niñito salió a preguntarles adónde iban. Le explicaron que iban a subir uno de los picos del Pichincha. El infante inquirió “¿para qué?”. Para nada, por subir, para llegar a la cumbre, el secreto es incomunicable. El rapaz no se convenció y terminó diciéndoles “¿como mudos?”, usando quiteñamente el término mudo como sinónimo de tonto. A un maestro de zen le encantaría, de eso se trata, de hacerlo “como mudos”. (O)

El rival no está en la arisca pared de roca, ni en el resbaloso glaciar y, ni siquiera en las limitaciones del cuerpo, está sobre todo en la mente y mejor si lo digo en el espíritu.