Mientras los entusiastas invitados levantaban los puños al ritmo de los cantos al Che Guevara y a la espada de Bolívar, a pocos metros de ahí el Marx criollo despejaba toda duda sobre la más reciente medida neoliberal del gobierno revolucionario. Con la aclaración, presentada como fe de erratas al Acuerdo Ministerial 204, terminó de enterrar la puñalada en las espaldas de los trabajadores. Los gritos lanzados en el teatro de la Casa de la Cultura, que ponían al obrero sobre el burgués, quedan ahora como un testimonio adicional de la hipocresía que ha caracterizado desde el inicio a este proceso.

No es un episodio aislado. Es uno más en la larga cadena de acciones reaccionarias y regresivas a las que se las disfraza con discursos progresistas y revolucionarios. Ahí está, como muestra, el impulso al extractivismo como motor de la economía, mientras en el escenario de la ONU se ofrecen consejos conservacionistas a otros países. Está también la verborrea constitucional de los derechos y la ciudadanía universal, al mismo tiempo que se espía a opositores, se criminaliza la protesta y se expulsa a extranjeros por sus posiciones políticas. Están los autoelogios por el número de mujeres en cargos públicos, mientras se las manda a someterse cuando reivindican su libre albedrío. En fin, sobran los ejemplos de la ruptura entre la palabra y el hecho. Es la marca registrada del correísmo.

La minimización de la jubilación patronal tiene enorme importancia porque, junto con otras medidas tomadas anteriormente (como la eliminación del aporte estatal a la seguridad social), expresa el abandono del único objetivo realista que tiene la izquierda contemporánea. Ese objetivo posible es el Estado de bienestar, el modelo que se desarrolló en Europa occidental desde la posguerra y que, por medio de un pacto social y una real redistribución de la riqueza, produjo los más altos niveles de vida de la historia mundial. Su construcción es una posibilidad concreta, que se asienta sobre políticas públicas en los campos de la educación, la salud y la seguridad social. Obviamente, su implantación no causa mayor emoción, porque no tiene la carga de heroísmo y martirologio de las pueriles ilusiones que animan a los corazones ardientes en reuniones como la de la semana pasada. El requisito básico es un conjunto de acciones concretas y no la palabrería vacía a la que desdicen los hechos.

Es verdad que la jubilación patronal no era el mecanismo más adecuado, tanto por su falta de transparencia como por las amplias posibilidades que abre para la evasión y la trampa. Pero lo que cabía, tratándose de un derecho adquirido y de un pilar central del Estado de bienestar, era su perfeccionamiento, no su eliminación. Seguramente esta medida fue un producto del acuerdo desesperado con sectores empresariales. Pero precisamente allí era donde debía quedar demostrado el carácter izquierdista del Gobierno. Un pacto con esos grupos en este tema habría dejado bases firmes para próximos gobiernos. Por el contrario, las líneas que quedan establecidas abren la puerta a un poscorreísmo neoliberal. (O)