La noticia emociona al ministro de Economía: China financia por 200 millones la plataforma financiera gubernamental en medio de Quito. Y es supuestamente bueno porque genera actividad económica y trae divisas. ¡Si la emoción es genuina, andamos por mal camino! Hay una enorme confusión del ministro (y sus colegas, supongo… ojalá no) entre actividad económica y productividad, o más concretamente entre lo que se ve “bonito” y lo realmente útil para la sociedad.

La pregunta importante no es si nos prestan y tenemos divisas, sino ¿ en qué la plataforma mejora la calidad de vida en el país? Hay múltiples respuestas. Uno, podría ser, que se realizarán actividades importantes que no se realizaban por la falta de edificios. Evidentemente no. Dos, podría ser, que se hará el mismo trabajo pero de mejor manera. Tampoco. Tres, podría aumentar la felicidad de algunos burócratas, que fuera de la satisfacción para el ministro del Buen Vivir, ningún valor tiene para la colectividad. Cuatro, podría ser que lo hagamos usando mejor los recursos. Aquí nos podemos detener un momento. ¿Que las instituciones financieras estatales estén muy cerca unas de otras mejora su funcionamiento para el ciudadano? o ¿que hagamos trámites en instituciones más cercanas nos ahorra tiempo, energía, gasolina, embotellamientos? La respuesta más optimista podría ser: quizás un poco, mínimamente, pero no mucho porque en el mundo de internet, los trámites son cada vez más virtuales, la proximidad es cada vez menos importante, el ahorro en viajes y gasolina no vale evidentemente 200 millones, peor aún agregando los intereses elevados que pagamos.

¿Será que la actividad económica, es decir, la compra de insumos y la gente trabajando en la construcción, es en sí misma importante? Ahí continúa la confusión, casi similar a esa vieja idea de que es sano, en épocas difíciles, hacer huecos y luego taparlos porque hay gente trabajando. La actividad económica es buena cuando genera bienes y servicios útiles que mejoran la calidad de vida (subjetiva) de sus clientes y permite contratar trabajadores que reciben ingresos para acceder a bienes (los mismos que ellos producen u otros) que les dan satisfacción. En este caso, casi nada de eso hay, solo se contabilizan los pocos empleos directos e indirectos que genera el proyecto, y que además son temporales. Cosa diferente es cuando recursos ahorrados por alguien van a manos de productores, que generan bienes y servicios útiles, libremente demandados por alguien, ahí se crean empleos más permanentes y hay consumidores más satisfechos. El mismo dinero del edificio, al menos sería más útil si fuera prestado (no regalado) a empresarios privados (aunque tampoco es la mejor solución… porque lo ideal es simplemente un entorno que genera inversiones con el financiamiento que cada uno busca). Todo gira alrededor del costo de oportunidad: en qué utilizar mejor los recursos escasos de la sociedad. Así se llegó en el pasado a la deuda “eterna”, y ahora lo mismo, deuda cara que no genera (casi) ningún beneficio real. Se repite la historia: los gobernantes un día se van con su vanidad a cuestas y quedan ciudadanos endeudados. (O)