Escribo para los jóvenes que no tienen vivencias de cómo era nuestro país antes de la dolarización. Recuerdo las constantes devaluaciones y los incrementos en los costos de las subsistencias y de todas las cosas. Muchos negocios subían semanalmente los precios y, al final del siglo pasado, casi pasando un día. Los aseguradores (yo lo era) se veían en graves problemas porque las sumas aseguradas no podían seguir el ritmo del aumento de precio de insumos y mano de obra. Inventaron polinomios y otras fórmulas para actualizar automáticamente las sumas aseguradas, pero eran insuficientes. Los gobiernos tenían que aumentar semestralmente los sueldos, como un ritual desconsolado que nunca era satisfactorio: el más grande empleador del país es el Gobierno central. Reclamaban los sindicatos por lo bajo de los incrementos y los patronos porque los estimaban excesivos. Era conmovedor ver a los empleados formar filas frente a las casas de cambio para comprar dos o tres dólares y ahorrar un poco. Todo el mundo quería dólares y empujaba la demanda. Durante el año 1999, el dólar costaba en enero 7.009,20; en junio, 10.889,30; en octubre, 15.620,10; en diciembre, 18.120. En enero de 2000 trepó a 25.798. Ya no escribíamos centavos. Todo seguía ese ritmo frenético. El fenómeno de El Niño del 98 puso en aprietos a los agricultores porque las inundaciones destruyeron sembríos en toda la Costa. Sufrió la red vial sellada con asfalto porque el agua es su peor enemigo. Muchos no pudieron pagar sus deudas. Es verdad que hubo abusos de banqueros que se otorgaban créditos a sí mismos o a testaferros y luego daban de baja esas deudas calificadas de incobrables. Se conjugaron la mala política, la desconfianza en el Gobierno, los rumores sobre el sistema crediticio; la crisis desembocó en el cierre bancario. La quiebra de algunos bancos casi destrozó el sistema económico ecuatoriano. Nadie confiaba en la moneda soberana. Como siempre, los más pobres sufrieron más.

Los aseguradores incentivaron la venta de seguros en dólares y pagaban los siniestros en la misma moneda. La empresa donde trabajaba tenía más del 90% de la cartera negociada en dólares, de manera que no tuvo problemas cuando Mahuad decretó la dolarización, porque de hecho ya se había realizado. El presidente Gustavo Noboa tuvo el acierto de mantener la moneda extranjera como propia y la vida económica empezó a normalizarse y el país a progresar durante su gobierno.

La facultad de devaluar la moneda que reclama el actual presidente, creando una moneda propia, debe tomar en cuenta las realidades históricas del pasado reciente. Nadie quiere retornar al pasado. La economía no es una ciencia como son las naturales, porque no puede anticipar el porvenir con la certeza propia de las ciencias exactas. Los gobiernos no pueden controlar el mercado porque en el fondo está la libertad del ser humano que no se deja maniatar y siempre encuentra un resquicio por donde escapar.

En nuestro país hay personas sabias que dominan los principios de las disciplinas económicas. Algunos publican acertados comentarios y sugerencias. Dialogar con ellos no le haría ningún daño al Gobierno. La sabiduría no es soberbia. ¡No a la reelección! (O)