Hasta que la tragedia llegó al hogar. El terapeuta familiar recomendó una inaudita sanación: dejen de mirar noticiarios de televisión o leer los periódicos o escuchar los espacios de noticias radiales; y aquello, en un hogar donde todos comen, se educan, sanan o se divierten del ejercicio del periodismo del padre, era un caso de alta cirugía.

El argumento para tan inejecutable recomendación fue que los noticiarios estropean el día del ciudadano común, porque están llenos de malas noticias: el crimen del día, la violación de la semana, ¡la denuncia de corrupción del año! Para ellos, los terapeutas, dejar de acompañar a los medios es un acto de sanidad mental.

Recuerdo el espacio de capacitación semanal de la sala de redacción del diario regional en el que planteamos el tema: ¿Y si abordamos las noticias positivas? ¿Y si dejamos de ser como los recolectores de basura? ¿Existe el periodismo positivo?

Sí, el problema era ese, el haber crecido con una escuela que pregonaba que si la que alcanzaste es una “buena noticia”, entonces para la agenda no es una “noticia buena”. Porque las noticias buenas “no venden”.

Una escuela que nos enseñó a medir el éxito del medio en función de la cantidad de publicidad que poseía. O sea, un éxito marcado por el nivel de ventas. Y así, las frases hechas y lugares comunes del periodismo pasaban frente a nosotros sin la menor reflexión sobre la deshumanización del oficio.

Y ¿qué tal el accidente?

¡Buenazo! ¡Murieron todos!

Escuela de la CNN ha sido. Recién me vengo a enterar. En un video que esta semana se ha viralizado en redes sociales, pero que data de hace un par de años, un locutor se arriesga a poner la cara a una reacción que evidentemente es institucional: una respuesta al presidente peruano, Ollanta Humala, que en su país pidió a los medios de comunicación 15 minutos de noticias positivas.

“Señor Humala, las noticias positivas no venden”, le respondieron desde Atlanta al mandatario sudamericano.

¿Será por eso que la vida privada de los hombres públicos importa en las inmediatistas prioridades de ciertos medios de comunicación? ¿Por qué ventilarlos –sin reparar en que el personaje público también tiene una respetable (por inviolable) vida privada– con tintes amarillistas? ¿Por vendedoras?

Sí, me refiero al reciente episodio de dos concejales quiteños, cuya historia es “sumamente vendedora” en la irresponsable lógica del presentador de noticias de la CNN.

En tiempos del inmediatismo digital, es hora de cambiar el chip. Mejor dicho, recuperar el viejo chip del periodismo responsable, el oficio ético de los maestros y las enseñanzas prácticas de los maestros del oficio. Todos tenemos una vida privada; y la vida privada es eso, por más seductoramente vendedora que sea la historia privada que se desliza a las redes sociales.

Y porque estén en redes sociales no justifica el hecho de que deban estar en un medio de comunicación constituido con toda su credibilidad, empresa que termina validando la viralización en mención.

Es decir que nuestra vida privada esté en redes es una cosa, que lo recoja un medio y la mediatice es otra, porque se vuelve una pieza de comunicación pragmática, validada por el mass media como cosa de interés público.

¿No está muy difícil de asimilarlo?, ¿o sí? (O)