La D de destrucción, de demolición, da luz verde a las máquinas retroexcavadoras para que arrasen las casas donde habitan colombianos en Venezuela. El esfuerzo de años, hecho añicos en cuestión de minutos. Quienes tienen el infortunio de poseer cédula colombiana son trasladados a estaciones de Policía para verificar sus antecedentes. El siguiente paso es una patada tácita al otro lado de la frontera.
Los hogares marcados recuerdan las peores épocas de regímenes totalitarios europeos. Una “X” amarilla tachaba los hogares judíos en la Segunda Guerra Mundial. Las repudiables imágenes no corresponden a la Alemania de los años 40, sino a la Venezuela del siglo XXI.
Santos anda enojado. Enojado porque la OEA y Unasur no le han dado bola para defender a los inocentes. ¿Qué hizo Colombia? ¿Cuán enérgico fue para alzar la voz cuando se discutía en estos organismos la violación de derechos humanos de Venezuela, los presos políticos, la represión? Uno cosecha lo que siembra y el silencio cómplice les está pasando factura a los que hoy se sienten agraviados. Ahora también es una vergüenza que ningún organismo en las Américas quiera dar cabida a la crisis humanitaria que existe.
Maduro una vez más sacó a relucir no solo su incapacidad para gobernar un país que ha gozado de enormes ingresos petroleros, sino su inclemencia. No hay que ser experto en números para intuir que la economía venezolana va por mal camino. No hay cifras oficiales de la inflación, del desempleo, las colas son interminables en los supermercados, el de clase media, y el pobre esperando conseguir o arranchándose de las manos alimentos de canasta básica, papel higiénico o medicinas.
Cargados con camas, animales, colchones, prácticamente con la casa al hombro, los colombianos de la D cruzaron el río Táchira desde Venezuela para llegar hasta la ciudad colombiana de Cúcuta. A ninguno se le ha demostrado que milita en las FARC, en el ELN, que es contrabandista o paramilitar. La deslucida idea de Maduro de acabar con los violentos en la frontera deja hasta el momento a 300 niños sin sus padres en Venezuela. En los albergues improvisados en Cúcuta habitan 900 menores de edad expuestos a todos los peligros de vivir a la intemperie.
Trece días después de que empezara el viacrucis para los expulsados colombianos, y manteniendo su discurso de que “actuar con firmeza no quiere decir quién grita más duro”, Santos se pronunció enérgico y anunció la posibilidad de llevar el caso a la justicia internacional. Esta acción hasta arrancó aplausos de su enemigo íntimo, Álvaro Uribe, una muestra de unidad que necesita y beneficia a Colombia.
‘La fabricada crisis fronteriza diseñada por Maduro’ (como lo tituló el New York Times) responde a que Nicolás no sabe cómo distraer la atención con supuestos planes de magnicidio, enemigos externos, para distanciarse de los retos internos que no se atreve a resolver.
La realidad es innegable. Hace 40, 30, 20 años no teníamos los medios para difundir la cruda verdad al mundo. Las imágenes de las familias que salen con lo que tienen puesto han hecho llorar a más de uno. Menuda cara dura la de la canciller venezolana decir que las “agresiones a colombianos son manipulación mediática”. No, señora de la D, de descarada, en la frontera no hay show mediático, hay hambre, dolor, tragedia, enfermedad y más. (O)