Noviembre y diciembre de 2015 tienen malos pronósticos. Nos informan que el fenómeno de El Niño llegará, con fuerza, en las postrimerías de este año; se afirma, además, que el paquete de enmiendas, en trámite en la Asamblea Nacional, será aprobado para complacencia del jerarca que nos gobierna. No sé cuál de los dos males sea el peor. El primero amenaza destrucción, con una fuerza impredecible, dependiendo del lugar en que nos encontremos. El segundo romperá, aún más, nuestra paz social. Ecuador se resiste a ser manipulado y engañado por gente atrincherada en el poder que quiere adueñarse del tiempo para extenderlo a su capricho. Si el Gobierno, sordo y miope, no da trámite a la consulta popular, la erupción popular puede acarrear daños más o tan graves que una posible erupción del Cotopaxi.

En mi ya lejana juventud me enseñaron, y enseñé, que la soberbia es la madre de todos los vicios y pecados. El creerse todopoderoso cuando se tienen los pies de barro es anuncio de males por venir. La soberbia sobredimensiona el ego. Un ego sobredimensionado vive en un universo irreal. Quienes viven de cerca esta realidad se camuflan o contagian de similares efectos. El tránsito de una vida irreal, al tocar fondo o estrellarse con la realidad, es en extremo doloroso para quienes de una u otra forma debieron sufrir las consecuencias del sobredimensionamiento de un líder y también para él mismo. Solo una fuerte dosis de humildad puede obrar el milagro de empezar de cero, reconstruir lo dañado y trabajar con sensatez, congruencia y serenidad.

Articulistas de la prensa libre, pertenecientes a diversos campos del saber, muchos de ellos académicos, escriben en estos días sesudos análisis sobre la situación ecuatoriana. Vale leerlos para conocer sus aportes y tomar en cuenta las sugerencias que se dan para una posible salida de la crisis, en caso de encontrarnos todavía a tiempo.

Apreciación del dólar, rebaja de los precios del petróleo, carencia de inversión privada, falta de ahorro nacional, proximidad del fenómeno de El Niño, endeudamiento agresivo, reactivación del Cotopaxi, presencia siempre amenazadora del Reventador y del Tungurahua, intranquilidad social frente a la negativa de dar trámite a sus justos requerimientos, etcétera, son algunos ingredientes de un mortífero coctel.

La insolencia de un funcionario público en contra de monseñor Antonio Arregui nos avergüenza. Distorsionar y manipular las sensatas y necesarias palabras de la Conferencia Episcopal pueden ser distractores útiles para que los ecuatorianos pasemos por alto un cuestionado manejo económico, pero no deja de ser un claro indicador de que ‘algo huele mal’ en Carondelet.

El volcán Cotopaxi es observado de cerca por el Rumiñahui, pues comparten las aguas de Limpiopungo. Mirarlo de cerca cuando expulsa gases y ceniza que contrastan con la nieve blanca y brillante es un espectáculo; su probable erupción es una espada de Damocles que pende sobre Cotopaxi y Pichincha. Las ‘erupciones’ de incontinencia verbal de nuestro actual mandatario, muy activas unas veces y otras latentes, como la actividad del Tungurahua, propician y alimentan un riesgoso calentamiento nacional, de impredecibles consecuencias. ¡Dios salve al Ecuador! (O)