Este sentimiento se está apoderando de nosotros. Nos sentimos amenazados por distintas fuerzas que no podemos controlar, que influyen tanto sobre la cosa pública como sobre nuestras vidas privadas. Algunas de las acciones del Gobierno están expresando el miedo que tiene. No puede controlar, por ejemplo, la reducción de los precios del petróleo ni la carestía de los productos que exportamos. No puede influir sobre la crisis de China, ni sobre las decisiones de la Reserva Federal que parece haber decidido un aumento en el costo del dinero, a fines de este año. En América Latina somos un país pequeño con ínfulas de grandeza. El jaguar se ha convertido en un gato tímido. Ha provocado tempestades políticas, pues abrió muchos frentes de oposición y descontento al mismo tiempo, sobrevalorando su popularidad. Sus continuos desaciertos han fortalecido a la oposición y se nota cierta inseguridad en sus palabras y hasta en su lenguaje corporal. ¿Sabrá cómo encontrar soluciones abandonando sus costosos proyectos?

Tiene miedo de caerse y habla de golpes blandos. Y trata de hacer lo que es la primera tarea de un gobierno: permanecer como tal. Rodea Carondelet de una guardia de partidarios para que los indígenas y los inconformes no lleguen a la Plaza Grande y se tomen el palacio. El señor Correa recuerda muy bien la caída del presidente Gutiérrez. El ejército no disparará contra su propio pueblo. Hay necesidad de alejar las manifestaciones porque los quiteños son de cuidado. No sería el primer gobierno que saquen del poder.

Se aprovecha del peligro de las erupciones del Cotopaxi y declara un estado de excepción en todo el país, suprimiendo garantías constitucionales y controlando los medios de comunicación, al socaire de evitar informaciones alarmistas. Considera que la prensa independiente es un enemigo que debe amordazar. Ya se libró de Martín Pallares, otro periodista cuyos escritos le causaban urticaria. Se cometió la ruindad de anular la visa de Manuela Picq para molestarla y también a su pareja, Carlos Pérez, dirigente del movimiento indígena. Ella tuvo que salir del país que proclama la ciudadanía universal.

En vista de que los ingresos del Fisco han sufrido una muy grande merma, los ciudadanos temen que pretenda incrementar los impuestos para continuar con sus proyectos económicos. Para más complicar la situación, se anuncia un fenómeno de El Niño para fin de año, cuya intensidad puede causar inundaciones y pérdidas de vidas y de bienes, como las del último del siglo pasado, que finalmente sepultó al sucre.

No hay optimismo. No escuchamos palabras de concordia sin exclusiones, no se anuncian soluciones efectivas para contrarrestar las amenazas externas. El sector productivo privado puede ayudar, pero el Gobierno mantiene sus prejuicios. Debería aprender del pragmatismo de Deng Xiaoping, del realismo de la presidenta del Brasil, que ha eliminado la tercera parte de sus ministerios. Continúa usando eufemismos para no recortar enérgicamente la obesa burocracia. Teme añadir otros opositores, los empleados de los ministerios que tendrán que suprimirse. Temor, miedo al futuro inmediato. Los montubios lo llamamos culillo; los gitanos españoles, canguelo. Hay malos presagios porque las voces sensatas claman en el desierto. (O)