La dolarización llevaba alrededor de siete años cuando el actual presidente se presentó como candidato a esa dignidad por primera vez. Si fuesen ciertas sus recientes afirmaciones de que la dolarización ha sido y es la causa de los males de la economía, una trampa creada por la derecha, una afrenta a la soberanía nacional y un mecanismo antitécnico, lo serio, lo sensato habría sido o que no se presente como candidato a la Presidencia o que presentándose como candidato lo haga prometiendo a los electores que una vez en el poder buscaría la eliminación de la dolarización y el regreso del sucre como moneda nacional. Lo mismo debieron hacer los entonces candidatos oficialistas a la Asamblea Nacional.

Pero nada de eso ocurrió. No hay ciertamente evidencias de que durante la campaña electoral el entonces candidato presidencial, y hoy jefe de Estado, haya estigmatizado a la dolarización como lo hace ahora, como la fuente de nuestros males, ni haya proclamado que la economía ecuatoriana es ingobernable sin un tipo de cambio propio, tal como lo ha venido haciendo últimamente. Tampoco hay registro de que durante su campaña el actual presidente haya ofrecido a los electores sacar al país de la dolarización y, de esa manera, devolverle al Estado la potestad de devaluar el sucre, regresando así a los peores capítulos de la supuesta noche neoliberal.

Claro, con un petróleo que a la sazón se aproximaba a los US$ 100 por barril, y que luego rebasó ese nivel, al entonces candidato no se le ocurrió ofrecer en la campaña que de ganar las elecciones eliminaría la dolarización. Ni su movimiento se atrevió a hacerlo en la Asamblea Constituyente de Montecristi, ni durante todos estos últimos años en la Legislatura.

Es ahora, luego de que el precio internacional del crudo se ha desplomado cuando el oficialismo comienza a satanizar a la dolarización. Claro, más fácil habría resultado devaluar el sucre para beneficio del fisco, y de unos pocos, que inyectarle productividad a la economía. Habría bastado leer de vez en cuando los informes de la Agencia Internacional de Energía con sede en París, y tener algo de sentido común, para concluir que los altos precios del petróleo eran flor de un día. Y que era necesario, en consecuencia, implementar un vasto plan de apertura económica, fomento de la inversión privada y manejo fiscal responsable.

El haber aceptado ser candidato a la Presidencia y no haber propuesto salirnos de la dolarización si tan mala le parecía, para quejarse ahora, cuando las cosas se pintan difíciles, de que no tenemos una moneda propia, no es sino una muestra de ese viejo estilo demagógico que tanto daño ha hecho al Ecuador y a América Latina.

No es ni el petróleo ni la dolarización lo que nos está arrastrando a un abismo. Es la falta de seriedad de un líder que cree que a los gobernantes se los elige para que gobiernen solo en época de las vacas gordas y que de paso lo hagan irresponsablemente. (O)