Insolente es la persona que habla u obra con una falta de respeto que resulta ofensiva. En épocas de la “revolución ciudadana” estamos acostumbrados a las insolencias, no de ciudadanos, sino de quienes temporalmente ostentan el “poder”.

Nuestra absoluta solidaridad con el monseñor Antonio Arregui, arzobispo de Guayaquil, quien cometió el “terrible pecado” de pedir el diálogo al Gobierno nacional. Una muestra más de la intolerancia a la que estamos sometidos, fue la respuesta que recibió del asesor jurídico de la Presidencia –el cual ha olvidado que su anterior patrono fue la figura más representativa de la derecha ecuatoriana–, calzándole magníficamente el apelativo que endilga a otros su actual patrono, “doble moral”. (O)

Eddi Giovanny Zavala Mendoza, licenciado en Ciencias de la Educación, Guayaquil