Alguna vez en una larga tertulia, de las tantas que solíamos mantener con mi amigo Elfer Ugarte, cuyo fallecimiento prematuro dejó un enorme vacío en quienes nos honrábamos de contar con su amistad, analizábamos por enésima vez las causas y sinrazones por las cuales el Ecuador se ha mantenido históricamente a caballo entre el caos y el abandono. En un arranque de humor tan frecuente en él y con su aguda forma de ver las cosas y comentarlas, decía riéndose que solo a nosotros se nos ocurrió llamarle a nuestro país con el nombre de una línea imaginaria. Esto, decía él, marcaba el carácter de nuestro desarrollo socio-político, pues nos hemos pasado la vida y la historia construyendo nuestra estructura de desarrollo a base de imaginarios y ficciones. Hoy, casi veinte años después, las palabras de Elfer, dichas con su voz ronca y estentórea, retumban en mi cabeza y como en aquella vez, me arrancan una sonrisa.

Vivimos del cuento, nuestra política se asemeja más actos de prestidigitación e ilusionismo, que a la visión filosófica de la sociedad que debe exigirse a los estadistas. A nosotros no nos interesa alguien que piense nuestro presente y proyecte nuestro futuro, todo lo contrario, preferimos el que nos hace olvidar nuestra realidad y nos arranca carcajadas con el recurso fácil de la imitación o el insulto. El puteador, el contador de chistes, el bailarín o showman que hace de su discurso un monólogo cómico y de sus apariciones en público una ópera bufa. Ese es el que nos produce suspiros.

Es en ese tren que hemos pasado desde que somos república. Soñando en mitos e inventando héroes. Baste recordar que nuestro modelo de sacrificio, Abdón Calderón, el símbolo de la Batalla del Pichincha, murió por disentería en el Hospital San Juan de Dios, pese a lo cual historiadores tan livianos como Manuel J. Calle nos presentaron a este, como una especie de superhéroe casi indestructible, al más puro Hollywood Style. Por supuesto los que contradecimos esta versión mítica y distorsionada, antes y ahora, corremos el riesgo de ser tachados de mentirosos e incluso traidores a la patria, porque hay ciertos temas que no pueden ser discutidos en este país de cuentos de hadas. Todavía en los cambios de guardia que lunes a lunes se llevan a cabo en Carondelet, se recuerda al Héroe Niño, quien “murió en Pichincha pero vive en nuestros corazones”.

Esa no es la única ficción que se recrea en los cambios de guardia, estos también son aprovechados para invitar a líderes sociales o actores políticos para que, aunque sea por minutos, imaginen ser los destinatarios de los aplausos y gritos que los grupos convocados cada lunes lanzan al balcón de palacio. Otros, como el bueno de nuestro presidente del CNE va con la mujer y los guaguas a tomarse una foto con el presidente. Luego sube la foto a redes sociales, para que vean que no es un don nadie, si no un mimado del poder al que sirve. Es entonces cuando la ficción de la independencia del control electoral aparece en tecnicolor ante nuestros ojos. Es ahí que entendemos claramente el porqué de propuestas de consulta, como la de los Yasunidos sobre la explotación del Yasuní o de otros grupos respecto a las mal llamadas enmiendas, no han prosperado ni lo harán jamás. Es también cuando comprendemos la suficiencia con la que el presidente reta a la oposición a intentar una revocatoria de mandato en su contra o mejor aún, cuando sonrisa en rostro les dice “Veámonos en las urnas en el 2017”.

Las ficciones no se limitan al quehacer político, llegan incluso a campos como la academia. “Sabemos lo que hacemos” decían cuando decidieron enfrentar un proyecto tan ambicioso como el de Yachay, hoy Yachay Tech. Íbamos a comenzar desde cero una universidad de excelencia, con la cual plantaríamos cara al MIT o cualquier otro tecnológico del más alto nivel. Más de uno, y me incluyo, con ciertas reservas apoyamos la iniciativa y en mi caso públicamente en esta misma columna. Al final del día no fue sino otra de las ficciones a las que somos tan proclives. La renuncia del rector de la institución, un español que dejó la Península Ibérica y se fue a Urcuquí a ganar el doble de lo que le pagarían en su patria, nos mostró el verdadero panorama de lo que sucedía. Resulta que los “genios” a quienes se encargó promover el proyecto, tenían trabajo a tiempo completo en los Estados Unidos, no visitaban físicamente casi nunca a Yachay, pero por su increíble gestión realizada vía Skype y fuera del horario de su trabajo regular en su universidad gringa, ganaban casi el doble de lo que gana el presidente de la República. Sin duda se necesita mucho talento para hacer eso. (O)

Vivimos del cuento, nuestra política se asemeja más actos de prestidigitación e ilusionismo, que a la visión filosófica de la sociedad que debe exigirse a los estadistas.