Donald Trump surge en la política de los Estados Unidos a golpes de prepotencia, es decir, de irrespeto por los demás y afanes de imposición por la grosería y la fuerza.

En la política latinoamericana tenemos también una larga tradición de prepotencia. La derecha, con honrosas excepciones, ha hecho gala de desmedida prepotencia con la que ha expuesto sus ideas y ha pretendido aplicar sus programas. La izquierda ha aprendido y superado con amplitud las lecciones tradicionales de la derecha y tiene también sus íconos con largo historial de anécdotas. La prepotencia se presenta en todos los sectores y aspectos de la actividad humana. Hay ciertos líderes sindicales y barriales prepotentes, etcétera. Además hay delincuentes y narcotraficantes prepotentes que entran y salen de las cárceles y exhiben sus lujos en las redes. Es más frecuente la prepotencia en quienes actúan al margen de la ley, pero también la exhiben a veces personas que actúan en el cabal cumplimiento de su deber. Parece que Trump ante la prepotencia de la izquierda de Chávez que insultaba como infierno a los Estados Unidos o al capitalismo, y acusaba a sus presidentes de demonios, quiere ahora mostrar al mundo la prepotencia de los “gringos”. Pero la prepotencia no trae buenos frutos, impide el diálogo cara a cara en un plano de igualdad, que es en el que se pueden conseguir acuerdos sinceros y duraderos; lo demás es pura imposición, son solo actos de violencia. La prepotencia crea doble expectativa: expectativa por los actos actuales y curiosidad por el desenlace de las personas prepotentes. (O)

César Alfonso Vaca Sánchez,
Abogado Civil y Mercantil, Guayaquil