Normalmente, cuando tus principales rivales geopolíticos se están disparando en ambos pies, el manual militar dice que se debe dar un paso atrás y disfrutar del espectáculo. Sin embargo, poco me reconforta ver a China quemando dinero y a Rusia quemando comida, porque en el mundo interdependiente de hoy todos somos afectados.

De igual forma, no encuentro gozo alguno en ello porque nosotros, los estadounidenses, también hemos empezado a quemar nuestra fuente de ventaja competitiva de mayor importancia: nuestro pluralismo. Uno de nuestros dos partidos políticos se ha vuelto loco y empezó a seguir a un flautista de Hamelin de la intolerancia, llamado Donald Trump.

Primero, vimos a la dirigencia de China quemando dinero –intentando apuntalar un mercado accionario ridículamente sobrevaluado con la compra de acciones en caída con ahorros del gobierno, y después viendo que el mercado seguía desplomándose porque el solo hecho de que el gobierno estuviera interviniendo sugería que nadie sabía lo que valían estas acciones–.

El diario The Wall Street Journal informó el 30 de julio que la “paraestatal China Securities Finance Corp. ha estado gastando hasta 180.000 millones de yuanes (29 mil millones de dólares) intentando estabilizar acciones”. Debido a que el mercado de Shanghái ha caído marcadamente desde entonces, debe ser pasmoso el monto de dinero que China quemó intentando apuntalar valuaciones de por sí nada realistas.

El equipo de manejo económico en Pekín ha perdido el rumbo seriamente. Sin embargo, algunos líderes hacen cosas muy malas cuando la negociación del partido gobernante con su pueblo es: “a nosotros nos toca gobernar y ustedes pueden enriquecerse”. Mercados en caída pueden conducir rápidamente a una caída de la legitimidad.

Hay que preguntarle al presidente Vladimir Putin. Él quemó la porción oriental de Ucrania para distraer a la clase media de Rusia de sus malos manejos en la economía e ilegitimidad.

Putin decidió que construir su propio Silicon Valley –el Centro Skolkovo de Innovación en las afueras de Moscú– era demasiado difícil. Así que para apuntalar su legitimidad, optó por el nacionalismo y más bien ocupó Crimea. Putin prefiere manufacturar chips sobre su hombro que microchips. Cuando se agotó el subidón de azúcar nacionalista por la anexión de Crimea, Putin empezó a quemar comida importada de países que sancionan a Rusia por haber tomado Crimea de Ucrania.

Como informó el New York Times este 6 de agosto: “Tras una orden del presidente Vladimir Putin, oficiales lanzaron descomunales pilas de cerdo, tomates, melocotones y queso a vertederos e incineradores de basura. El frenesí, notable incluso bajo las normas de la reciente politización de abasto alimentario de Rusia, fue comentado alegremente por la televisión rusa de estado”. Esto en un país en el cual los precios de la comida se han disparado debido a la caída del rublo.

Mi temor es que una vez que se agote la emoción nacionalista de Putin por quemar comida, él quemará a otro vecino. Estonia, por favor, ten cuidado.

Pero, ay, Estados Unidos se ha unido a esta hoguera de activos. Ahora estamos en un mundo en el que todas las estructuras de autoridad vertical descendente están siendo desafiadas. Es más obvio en el mundo árabe, donde hay países pluralistas que carecen de pluralismo y pudieron mantenerse unidos de arriba abajo solo por un puño de hierro; y cuando ese puño de hierro fue removido, ellos se vinieron abajo. La gran ventaja de Estados Unidos es su pluralismo: puede gobernarse horizontalmente solo por su gente, de todos colores y credos, forjando contratos para vivir juntos como ciudadanos iguales.

Eso no solo nos vuelve más estables sino también más innovadores, ya que podemos colaborar interna y externamente con quien sea y donde sea, haciendo uso de más capacidad mental. ¿Quién es el nuevo director ejecutivo o CEO de Google? Sundar Pichai. ¿Quién es el nuevo CEO de Microsoft? Satya Nadella. La familia de Mark Zuckerberg no vino aquí en el Mayflower.

Sin embargo, justo ahora, nos estamos metiendo con este increíble activo. Sí, debemos controlar nuestras fronteras; es la esencia de la soberanía. Ha sido un fracaso de nuestros dos partidos políticos que la frontera entre México y Estados Unidos haya sido tan porosa. Así que yo estoy a favor de un muro alto pero con una verja muy grande –una que permita la entrada legal de vigorosos trabajadores con pocas calificaciones y los que corren riesgos y tienen altos CI que han hecho de nuestra economía la envidia del mundo– y legislación que suministre una senda para que los millones de inmigrantes indocumentados que ya están aquí obtengan el estatus legal y, con el tiempo, la ciudadanía estadounidense.

En junio de 2013, el Senado de Estados Unidos, incluyendo 14 republicanos, aprobó una iniciativa de ley que haría todo eso. Sin embargo, los extremistas en la cámara baja del Partido Republicano (GOP) se negaron a seguirla, así que la iniciativa se estancó.

Y ahora tenemos a Trump explotando desvergonzadamente este tema incluso más. Él se está pronunciando por un final al principio del derecho de nacimiento de la 14 Enmienda, la cual garantiza la ciudadanía estadounidense a cualquiera nacido aquí, y también un programa gubernamental para detener a la totalidad de los 11 millones de inmigrantes indocumentados y enviarlos a casa... idea totalmente lunática que Trump descarta como un mero problema de “administración”. Como seguidores, muchos de los otros aspirantes del GOP a la presidencia de Estados Unidos solo siguieron a Trump cuando saltó por ese acantilado.

Esto ya no es divertido. Esto no es entretenido. Donald Trump no es lindo. Su feo nativismo explota desvergonzadamente los temores e ignorancia de la gente. Pasa por alto soluciones bipartidistas que ya están sobre la mesa, socava los ideales cívicos que hacen que nuestro crisol funcione de formas que ningún país europeo o asiático puede igualar (intenten volverse japoneses) y menoscaba el secreto mismo de nuestra salsa: pluralismo, que de muchos hacemos uno.

Cada era escupe un tipo como Joe McCarthy que intenta prosperar dividiendo y aterrándonos, y actualmente su nombre es Donald Trump.

© 2015 New York Times
News Service (O)

Uno de nuestros dos partidos políticos se ha vuelto loco y empezó a seguir a un flautista de Hamelin de la intolerancia, llamado Donald Trump.