El gran enemigo del Gobierno, antes que una oposición débil y difusa, es la economía. Son pasadas que juega el destino (si acaso el destino existe, por lo que yo prefiero decir “la vida”), pues siendo Rafael Correa economista tiene ahora que enfrentar serios apuros precisamente por la economía, con una perspectiva nada halagüeña para lograr una pronta solución.

La ciudadanía está inquieta por todo lo que conoce, por todo lo que se ha dicho y por lo que podría venir, por lo que se hace necesaria una buena dosis de tranquilizante a través de declaraciones y medidas –sobre todo medidas– que transmitan a la gente que el Gobierno tiene conciencia del problema y que admite las dificultades, con mea culpa o sin ella, aunque parte de la situación es atribuible al régimen por su falta de previsión para defenderse con éxito ante la llegada de una tormenta como la que atravesamos.

Por eso está bien que se piense, un poco tarde pero mejor es ahora que nunca, extinguir dependencias gubernamentales excesivas, fusionar ministerios y optimizar el rendimiento de los funcionarios públicos siguiendo el ejemplo de Brasil, que acaba de anunciar la supresión de 10 ministerios de los 39 que hay –casi lo mismo que acá donde existen más secretarías con nivel de gabinete que las utilizadas en gobernar Estados Unidos– para hacer más eficiente al Estado, aunque no se sabe en qué medida, pero en cualquier caso significará un ahorro de recursos aunque al mismo tiempo supondrá eliminar algunos empleos públicos. No será un gran impacto en la reducción de gastos, pero todo ayuda.

La inquietud de que hablaba párrafos atrás lleva a los ciudadanos a elucubrar sobre el futuro político inmediato, algunos con visiones no muy santas, por lo que vuelvo a decir que el primer objetivo debe ser que Rafael Correa termine su mandato, pues lo peor que le podría ocurrir al país sería una ruptura constitucional no obstante que quienes cuestionan al régimen sostienen que este ha violado tantas veces la Constitución que no puede argumentarse su vigencia plena, y no importaría mucho una violación más.

Si queremos pensar con absoluto pragmatismo, ni aunque el presidente renunciara en este momento habría forma de llenar el vacío porque no hay un líder que tenga el claro apoyo mayoritario de la población ante el nutrido fraccionamiento existente, ni un equipo humano preparado para conducir al Estado en verdadera democracia y con experiencia en el servicio público (no hay ningún mínimo acuerdo en ciernes entre CREO, Avanza, PSC, Pachakutik, Suma, PSP y otras fuerzas en formación), por lo que debería desecharse cualquier idea alucinada de terminar abruptamente el régimen, pero paralelamente, para apaciguar los reclamos que aún no han cesado, el Gobierno debería archivar la enmienda de reelección en trámite que es el único punto en que coinciden y alrededor del cual se aglutinan todos los opositores.

Más bien esos adversarios deberían, cada uno por su lado o en alianzas, perfeccionar ideas sobre el poscorreísmo, pensar en que el próximo líder debe ser uno con sólida formación humanista, con fuerte base ideológica, una mezcla bien amalgamada de político y de tecnócrata, con una mentalidad llena de equilibrio y sensatez, porque en los tiempos que corren se requiere –aunque Evo Morales es una rara excepción– de todos esos elementos para encabezar un buen gobierno.

El régimen sigue empeñado en no retirar definitivamente los proyectos de leyes que causaron la última convulsión social privilegiando lo ideológico sobre la paz y el entendimiento, aunque está claro que en el mundo actual los intereses económicos han desplazado a las ideologías. En cualquier caso, estamos en una encrucijada que tiene a todos alterados y en aprietos. (O)