El jueves 13 de agosto el país se enfrentó al régimen. En Quito, durante la mañana la ciudad se “lentificó”, disminuyó a la mitad la circulación y también la velocidad de sus intercambios. Los empresarios industriales no plegaron, los comerciales –de todo tamaño– sí. El transporte, timorato, aparecía y desaparecía. En el parque El Arbolito –luego bautizado como de la resistencia– se respiraba un ambiente de cierta tensión recubierto por la alegría indígena de haber podido llegar a la ciudad capital. Un primer triunfo. En el otro lado del parque El Ejido se preparaba la marcha. Los actores intercambiaban entre sí, en medio de flujos de adrenalina, sus expectativas de lo que sería, luego, una magnífica expresión social. La sangre hervía por expresarse. Los sujetos de la calle eran viejos y nuevos. Esperaban, estos últimos, quizás, su bautismo como manifestantes. Se anunciaban muestras de inédito valor.

Recorrí toda la marcha, de su cabeza a la cola. Me pregunté por esa casi fantasmagórica alimentación desde las calles a sus costados. No hubo disputas por identificarse, ni por la prelación. Bastaba con estar presente, expresarse. A la cabeza, simbólicamente, los indígenas, quienes condujeron a la movilización social en ese momento. Seguidos por los trabajadores formales, los profesionales, los autónomos, la clase media, las mujeres, los partidos, los jubilados, los estudiantes, los profesores... Menos dispersa y creativa que el 1 de mayo. Pero más agregada y orientada hacia un objetivo. Concuerdo con el presidente Correa: “estaban todos”. Disiento totalmente en que “no sacaron nada”. Al contrario, sostengo que esos todos construyeron lo fundamental. La marcha del 13 de agosto parió una inédita –por lo amplia, pluriclasista e intercultural– coalición social por la democracia.

Los publicistas del Gobierno pretenden disolver los significados de la marcha –realmente (inicio de) insubordinación social– a los episodios de violencia que se registraron. ¿Provocados por quién? La violencia verbal del emisor gubernamental, los infiltrados anómicos o ultraizquierdistas, el aparato policial y su mando civil proclive al exceso, a la espectacularidad. Por el momento, no interesa. Implicaría enrumbar al balance por el sendero del discurso gubernamental: calificar a la resistencia civil como conducta violenta, reprimible, contraria al orden conservador asumido por el régimen. La sociedad insubordinada no debe caer en esa trampa, que es la ruta trazada por la violencia taimada.

La consigna del régimen es propalar la imagen de ganancia gubernamental y, en todo caso, de empate. Un empate catastrófico. Para el Gobierno y para la sociedad. Paralizante, que no da curso a la política. Que no instala a la política como vía de restauración de soluciones. Que “instala” a Venezuela en el Ecuador. La calle no puede ser un escenario “permanente” (aunque sí es un escenario “necesario”) ni del Estado –y sus defensores paraestatales– ni de la insubordinación social. Porque ante el vacío de la calle y la restauración de un equilibrio precario, prevalecerá el aparato estatal comunicacional, económico, represivo y de inteligencia. Bajo esta premisa, la sociedad preparará nuevas comparecencias activas, profundas, descentralizadas. Que serán críticas y creativas para que sean efectivas. Sin un sistema político para intercambiar entre Gobierno y sociedad civil/sociedad política, los productos democráticos deben imponerse. En uso del derecho a la resistencia a que son forzados, más acá del casi inexistente imperio del Estado de Derecho, más allá de la manipulación autoritaria de la ley.

El régimen hace agua desde sus entrañas. Los voceros cada vez más son “cuadros menores” o necesitados de méritos ante los superiores. Pero, en todo caso, Alianza PAIS huele a una débil estructura “contenida”, cada vez más, por el temor a perder canonjías, ingresos y estatus, que dispuesta a jugarse por un “proyecto” real o fantasioso de mediano plazo. Otras constataciones. Es evidente que el régimen cuenta con muchos recursos económicos para el acarreo, comunicacionales para distorsionar a la realidad y políticos para generarse trincheras como el parlamento. Pero el fundamental recurso, el único que le garantizaría sostenibilidad, Alianza PAIS, no funcionó. Porque no es una estructura política. No está cohesionado por lazos sociales sino por políticas públicas clientelares, léase de intercambio de beneficios. Los consumidores discursivos del Ecuador “espectacular”, las masas de las sabatinas, no son base política estable, como no lo fueron para Velasco o Bucaram. Aman y odian al jefe, tanto como el jefe –que es “más pueblo” que ellos– los ama y los odia con inconsecuencia.

Lo peor que puede hacerse un régimen a la defensiva es mentirse y mentir al pueblo. Es el único que no admite lo que pasa en el país. No ser consciente de su propia debilidad, es multiplicarla. Es replicarla en todos los espacios públicos, como en efecto ocurre. Cada comentario, cada gestión, cada referencia lleva como cola a la debilidad del régimen. Su “diálogo” fracasó en cada gesto y en cada palabra con que se ofendió a la sociedad insubordinada. ¿Quién cree que la marcha estuvo compuesta por unos poquitos indígenas? ¿Acaso los miles de policías con los que el régimen acordonó a la incapacidad parlamentaria y a su propia impotencia política evidencian un paro y una marcha débil? La evaluación gubernamental subjetiva es tan profunda como tiende a ser su debilidad política.

Un refugio de la debilidad es el estatismo torpe. Un buen Estado no es torpe. El torpe estatismo se manifiesta en que sustituyen las atribuciones del Estado de Derecho por el abuso del poder. La estatalidad –atributo del Estado democrático– por el estatismo –cualidad del Estado autoritario–. Una muestra rápida, entre muchas. En el decreto por el que se asume el estado de excepción por la probabilidad de erupción del Cotopaxi, entre otros excesos, hay uno proverbial. El Estado se prohíbe a sí mismo transgredir las regulaciones que expide. No hacía falta si no hubiese habido una tradición de transgresión en este régimen. Es como la “promesa del borracho” en la cantina de no volver a tomar.

Ahora, los factores sociales y políticos han dejado su espacio para que opere la economía. La abundancia de recursos encubrió y desplazó a las obligaciones de la ciudadanía, la que entregó sus instrumentos de responsabilidad al Estado rentista. La mayor parte de la producción de satisfactores pasó a manos de las cuatro decenas de ministerios y equivalentes. Hoy el rentismo ha comenzado a pasarle la factura al régimen por los beneficios políticos que entregó. Si durante esta última década la economía no se diversificó –con el concurso de todos sus agentes– ahora es tarde. El producto es que el Gobierno ha botado por la borda al gasto social e infraestructural que hizo. La salud o la educación, las hidroeléctricas y el resto del gasto público no sirven o son disfuncionales a una economía injusta machaconamente agroexportadora y extractivista.

Todo esto ocurre en la peor situación internacional para el régimen. Así como no puede entender a las nuevas coordenadas de la política interna, tampoco ha podido entender a los nuevos paradigmas internacionales, sus errores externos y la debilidad de sus aliados extranjeros. Por toda América Latina corre una extrema sensibilidad contra la corrupción. No es extraño. Mientras abunda el excedente, la bonanza pública tendió a cubrir a la corrupción. Pero cuando escasea, la visibilidad de la corrupción se multiplica entre los ciudadanos. Ecuador no está fuera de América Latina, peor aún cuando la dimensión de su gasto público es enorme y la facilidad de contratación es extrema.

Por las cancillerías de América del Sur corrió una profunda incomodidad con la forma de conducirse del presidente coordinador de Celac en la Cumbre de Panamá. En lugar de asumirse como un portavoz de los países de la región y sus necesidades de generar puentes y acomodar posiciones frente a la ralentización económica, el coordinador quiso aparecer o se sintió de hecho como presidente de América Latina. Y generalizó a su posición como si fuera la de la región. Posición que luego ratificó, sin tapujos ni prudencia, como líder de la ALBA, “cantando” a dúo con Maduro, el “peor” y menos representativo compañero de ruta en la región. La consecuencia. La posición de Unasur fue hasta “ayer”, que cuando se movía una mosca política en Ecuador, reaccionaba dramatizando, preventiva y curativamente, discursiva y simbólicamente, oxigenando al régimen contra la oposición interna. Construyó, de ese modo, una plataforma internacional para el autoritarismo ecuatoriano.

Ahora que la directiva presidencial es enfrentar a los ecuatorianos de oposición con los ecuatorianos del régimen, la Unasur parece haber entrado en razón. Siente que esta forma de adquirir fuerza mediante la lucha fratricida puede ser catastrófica en cada uno de sus entornos nacionales. Por ello, de modo súbito, abandona su manifiesta parcialidad y se ausenta de la coyuntura ecuatoriana. En tanto, el presidente Correa se constituye en el tercero de los tres presentes en el cambio presidencial de Surinam, su nuevo aliado.

¿Por dónde se reorganizará el régimen? ¿Insistirá con poca creatividad en la creación del adversario? ¿Por reducir la política a su estrategia publicitaria, hará presidente al “banquero”, así como antes acabó con Barrera como candidato a alcalde? El régimen nos lleva como por un embudo a la profundización de la crisis. Nos muestra que no es el piloto que el país precisa. Inicialmente busca apoyo empresarial con una nueva fórmula, que apenas se diferencia de la antigua privatización. Sí, algunos plegarán por el excedente económico contra la democracia. Pero es un esfuerzo tardío. Ese actor económico debe pensarse en un contexto de ajuste antes que de crecimiento. Esos recursos llegarían tarde a la economía. Ante el débil apoyo, el régimen buscará no solo seguir el ajuste económico que China le exige, sino emular al régimen político chino. Otro desubique.

El Estado ecuatoriano y su régimen político son como un enorme transatlántico al que se pretende hacerle navegar impulsándolo con leña. Pero el cascarón necesita, además, achicarse por todos lados. Por la política, no logra entender que debe cambiar de partitura. A riesgo de su propia integridad, debe archivar definitivamente las enmiendas y su obsesión por un caudillo insustituible para su modernización conservadora. Por la sociedad, la insubordinación social crecerá inevitablemente en cada territorio, en cada sector, en cada institución, si el único norte es el control y el asesinato del capital social. Por la economía, deberá entender que la ausencia de recursos públicos es por la factura del derroche. (O)

El régimen nos lleva como por un embudo a la profundización de la crisis. Nos muestra que no es el piloto que el país precisa.