Teníamos la esperanza de que las anunciadas jornadas de reclamos transcurrieran en paz. No fue así. Como siempre, en estos casos, un símbolo de fuerza, una señal de rechazo fue suficiente para desencadenar respuestas que desembocaron en actos de violencia que dejaron golpeados y maltratados de lado y lado, detenidos y hasta una persona amenazada con la deportación.

Pero las demandas y los planteamientos siguen ahí, no se han resuelto y el conflicto se mantiene. En distintos lugares del país se han producido hechos que van más allá de las posibilidades legales de manifestar demandas ciudadanas y actos represivos, a veces exagerados, que en nada contribuyen a solucionar los conflictos y encontrar soluciones. Al contrario, se aumenta la brecha entre el Gobierno y los ciudadanos descontentos y con ello se afirman los resentimientos y se alimenta el ánimo beligerante.

Es lícito el derecho a reclamar y a dejar oír la voz ciudadana, y también es legal y obligatorio mantener la paz en el país; es el momento de reflexionar y bajar las armas físicas y anímicas. Una vez más, es necesario pensar en el diálogo incondicional y sin prejuicios como método civilizado de resolver las diferencias. (O)