Hace algunos años, justamente en una Navidad, amanecí sorda, sorda de sordera absoluta. Pensé que se trataba del trajín navideño, el tener que ocuparme de la cena, los tamales, los pristiños, y a la vez atender la librería hasta que se fuera el último lector. Así que no le di mayor importancia, pero al sentir un permanente ruido, que se empeoró con los petardos de fin de año, fui al médico, como siempre el diagnóstico fue: Señora, usted se va a morir con eso, mas no de eso; sin embargo, salí con una receta que al comprarla por poco sale el gerente de la farmacia a felicitarme por la compra, a entregarme personalmente una tarjeta vip y a decirme que deseaba de todo corazón que yo pueda ser parte de su plan de medicina continua. Lo cierto es que luego de un largo tratamiento logré tener un oído indeciso, con doble personalidad, hay días en que no oye nada y otros en que se vuelve biónico, oye hasta lo que no debe. Nadie es perfecto.

La semana anterior fui al supermercado y sentí que me asfixiaba por la ingente oferta de todo, los pasillos los habían llenado con perchas llenas de quesos, comida de mascotas, jabones, jugos, cereales, la gente compraba desaforada, llenaba los coches con voracidad. ¡Qué sociedad obesa!, pensé, justo al tiempo que mi oído biónico se metía en la conversación de unos chicos jóvenes (sub-40), que empujaban un coche repleto de licores, jamones, legumbres y toallas:

¡Puta, hermano, no hay nada! ¿Qué está pasando?

Te dije, vamos directo a una venezuelanización, allá nos lleva este gobierno.

Parece que no me falla el oído, sino también la vista, porque yo veo lleno (en exceso) lo que otros ven vacío.

Al seguir mi periplo por el mercado, vi a un señor gigantesco comprando carnes para una parrillada, mientras su mujer le retaba:

¡Está demasiado, no exageres!

Es que vos no entiendes, qué más da, el martes me ponen la banda gástrica.

¿Qué clase de mundo es este?, me pregunto mientras escojo que los tomates no estén ni tan grandes ni tan maduros. ¿En qué momento el absurdo reemplazó a la cordura? ¿Cuándo nos volvimos trogloditas? Siempre queremos más, no somos capaces de conformarnos con lo que tenemos, ansiamos más, y no solo bienes materiales, sino también inmateriales, como el poder o la juventud, que intentamos conservar hasta con complicadas operaciones legales, matemáticas o quirúrgicas.

De pronto, mi oído se volvió sordo y empecé a ver cómo toda la gente que compraba desaforada movía los labios sin emitir sonido alguno, todo se volvió una película muda. Finalmente, llegué a pagar y no escuché si tenía que pagar $ 1.500 o $ 500.000, ¿Cuáaaanto?, pregunté aterrada. ¡$ 25!, me gritó la cajera mientras me miraba como diciendo, ¡sordaemierda, encima pobre!

Lo terrible de este mal es que parece que ha sido contagioso, porque al parecer no soy la única que lo padece. Esto explicaría ciertas actitudes y decisiones que se toman sin escuchar, y ciertos comentarios que se hacen, por escuchar más de la cuenta. (O)