Resulta interesante observar a la gente. Mirarlas en su contexto, seguir el hilo de sus pasos, abrevar sus palabras. De ello brota la construcción de casi un personaje (en sentido literario), aquel que habita en nuestro específico contorno y con el que interactuamos. En este marco, voy a referirme a mi admirada amiga Marcia Gilbert de Babra, por cuanto de homenaje de parte de Guayaquil se merece, y en nombre de una cálida amistad.

El miércoles pasado cerró su etapa como rectora de la Universidad Casa Grande, hecho que supone un importante momento de balance dentro de una vida intensa y eficazmente dedicada a la educación. Haberla acompañado en todo el periodo en que una escuela de comunicación social se transformó en una universidad, haber participado en el proceso en que de una calificación desfavorable por parte de autoridades nacionales se consiguió el ascenso a otra mucho más meritoria, es prueba válida de cuánto sabe liderar operaciones colectivas y mancomunadas.

Marcia debe sentirse satisfecha, pero sé que no está saciada. El puesto del retiro entra poco en su diseño de personalidad. Ella representa la conjunción justa entre la mujer de ideas y de acción. Quien tiene la suerte de gozar del diálogo con ella sabe que de su palabra brota la última lectura, las teorías filosóficas o sociológicas más recientes, el testimonio de hechos relevantes junto a la pequeñez y fugacidad de la cotidianidad significativa. Con Marcia es fácil reír y entrar por el camino de las evocaciones, porque su memoria está cargada de hitos de la ciudad y del país.

La conocí cuando era el corazón de Fasinarm, ese espacio de dignificación y educación de los niños y adolescentes especiales. Desde allí brotó la lección a una sociedad que todavía escondía a esos chiquillos tocados por un naipe desafortunado de la naturaleza, de que pese a sus reducciones cognoscitivas o sociales eran personas merecedoras de amor, potenciación, sociabilidad.

En una vuelta de la vida, nos encontramos dentro del grupo Mujeres del Ático y durante años leímos libros para volcarlos en la discusión. Se la llevó del grupo el proyecto mayor de su existencia, la universidad. Marcia entre sus muchos aciertos tiene uno que resalto: ha sabido formar equipos de trabajo. La gente que la ha rodeado siempre ha sido motivada por la fe común en la meta que están persiguiendo, por la fidelidad a un compromiso, por la palabra que mejor la representa a ella y a sus equipos: solidaridad.

Marcia se lo dijo de manera directa a María Josefa Coronel, en entrevista hecha para un diario de la ciudad, revelando el meollo de muchas de las acciones de Guayaquil: nuestra ciudad es solidaria, todos sus sectores sociales son afanosos en ayudar, las posiciones políticas de derecha o izquierda no han bloqueado esa capacidad, ese don de entrega. Y sus ejemplos son múltiples. Porque cuando habla de nuestra ciudad se ha llegado al punto más claro de los afanes de esta luchadora. Marcia es una guayaquileña de apasionados sentimientos, de emprendimientos siempre prestos.

Cuando se conversa sobre el ocaso de nuestras vidas, Marcia vuelve a reír y afirma que irá en silla de ruedas. Pero irá. Yo de eso no tengo la menor duda. Y le digo frente a todos: “Eres grande, Marcia”. (O)