En la política del gobierno de Rafael Correa respecto de las universidades ecuatorianas, los aciertos han superado a los desatinos. El triple eje académico ecuatoriano (CES, Ceaaces & Senescyt) implementó una razia que eliminó a no sé cuántas seudouniversidades; planteó exigencias básicas de formación para los docentes, para que el oficio deje de ser una “chaucha”; exigió mejores niveles de aptitud, destrezas y conocimientos para los graduados; demandó nuevas plantas físicas apropiadas, y mantiene un programa de becas para maestrías y doctorados en el extranjero que ya está dando sus frutos. Persisten muchos problemas, pero idealmente deberían superarse con esta política.

En este clima académico y andino surgió y se ha puesto en acto el proyecto Yachay, pensado como nuestro Akademgorodok criollo. Se trataba de crear una universidad de excelencia (con ciudad universitaria adjunta) para desarrollar ciencia, tecnología y proyectos que aceleren nuestro desarrollo, de acuerdo con la primera función social que debería cumplir cualquier universidad. Se requería una selección rigurosa de las estudiantes y de los privilegiados docentes nacionales y extranjeros, quienes iban a ganar salarios de tres a cinco veces superiores a los que perciben los profesores de nuestras universidades públicas. Y había que construir y equipar los edificios, ubicados en un bucólico paraje de nuestra bella serranía. Así empezó a funcionar Yachay hace un año y medio, con los mejores augurios oficiales.

En este momento ya no se habla de Yachay, y más bien se promociona como Yachay Tech (así como Cal Tech o Virginia Tech). Como casi nada es casual, el barbarismo alude a la primera e importante crisis por la que atraviesa nuestra emblemática universidad actualmente. Fernando Albericio, científico español, y depuesto rector de la institución desde hace pocos días, ha hecho graves denuncias a medios no gubernamentales acerca del funcionamiento de la universidad. Cualquier lector interesado puede informarse de ello por el internet (a menos que lo bloqueen). En todo caso, si bien le resta un poquito de brillo que “haya abierto la boca recién ahora que lo botaron”, las denuncias de Albericio exigen una exhaustiva investigación y aclaraciones verosímiles y satisfactorias, en el espíritu de transparencia del que nuestro gobierno se ufana. Aunque diversas, las denuncias del defenestrado rector convergen en una sola: monumental despilfarro para sostener una apariencia.

Al paso ha salido el Dr. José Andrade Loor, distinguido científico ecuatoriano, designado rector interino de la universidad, quien –según Albericio– es uno de los tres Ph.D. que multiplicaban su salario dividiendo su tiempo entre Yachay y Cal Tech. Sin profundizar en sus explicaciones, el Dr. Andrade descalificó a su antecesor llamándolo “desastre administrativo” e invitó a la prensa a “no hacer un circo”. Coincido con el rector interino: ¡hagámoslo seriamente!, y para eso no nos contentemos con desacreditar a Albericio. Los ecuatorianos merecemos una explicación amplia y verdadera del funcionamiento de Yachay, y demandamos que Albericio y todos los aludidos en sus denuncias, además de nuestras autoridades universitarias nacionales, comparezcan ante la prensa y la opinión pública (no ante la Asamblea, ¡por favor!) para que respondan a nuestras preguntas. Porque sería irónico que nuestra universidad insignia haya incumplido las exigencias básicas del triple eje académico antes mencionado. (O)