Las consultorías, sueldos, viajes alrededor de Yachay nos llevan nuevamente a una reflexión más importante: ¿cómo se genera tecnología para mejorar la vida diaria? La visión de nuestro gobierno, que algunos comparten en el mundo desde hace tiempo, es: para generar el bien público llamado ciencia y tecnología se requiere de una fuerte intervención del Estado porque los privados, por sí mismos, no tienen incentivos para desarrollarla, al menos por dos razones. Una, como su único objetivo es la maximización de beneficios, esta es una inversión insuficientemente rentable y en particular no hay adecuado desarrollo científico que es madre de la tecnología. Dos, ligado a lo anterior, como los avances tecnológicos pueden, de una manera u otra, ser compartidos y utilizados por otros más allá de su(s) creador(es), el incentivo disminuye aún más. Yachay nace y vive sobre esta visión.

Pero hay otra manera de mirar este tema, que me parece mucho más cercana a la realidad. No es la ciencia la madre de la tecnología aplicada, sino los mercados, es decir, la existencia de potenciales clientes interesados en utilizar (comprar) lo que un creador puede desarrollar, creador que tiene un triple incentivo: ganar dinero, satisfacción interior (en el alma) de crear algo y estatus social que esto genera. Este triple motor lo lleva a tomar riesgos, porque frecuentemente pone en juego no solo su dinero, sino su posición misma en su vida y la sociedad. Es ahí, en esa confluencia entre los mercados (muchas veces desconocidos y aún inexistentes) y los creadores, donde han nacido en oscuros talleres o garajes, inventos tan importantes como la máquina de vapor, el telar automatizado o la computadora. Algunas veces lejos de las universidades, pero casi siempre lejos de las instituciones organizadas por los gobiernos para fomentar el desarrollo tecnológico que les falta lo más importante: el triple incentivo antes mencionado y el riesgo. Incluso, muchas de las propias expresiones que utilizan los gobiernos están fuera de contexto: “Vamos a poner dinero estatal como capital de riesgo”, cuando lo que menos hay es riesgo. Ese dinero se lo tomó vía impuestos de manera forzada a los contribuyentes, ellos por ende no toman riesgos, su dinero ya lo entregaron y no lo volverán a ver. El funcionario público decide a quién asignarlo mediante mecanismos más o menos técnicos, no importa cuál sea, tampoco asume riesgo alguno. Y el que recibe estos fondos, menos aún. Esto está a la antípoda de un capitalista, o incluso de un benefactor (sí, el capitalismo sí tiene la capacidad de generar benefactores como se lo ha visto desde siempre y hasta ahora), que arriesgan sus recursos y los entregan basados en una decisión consciente a alguien que saben que también está arriesgando mucho.

Es el ecosistema de Silicon Valley en California que todos intentan imitar: emprendedores, financistas, universidades, todos tomando riesgos y creando productos para ser vendidos en mercados reales. Y no parece ser el ecosistema de Yachay: burocracia, funcionarios, académicos, todos alejados de los mercados y tomando cero riesgos. ¡Esto es más grave que los actuales dimes y diretes! (O)