Este Gobierno ha mostrado constante preocupación por la educación superior. Se puede discrepar con algunas de las soluciones propuestas, se puede afirmar que alcanzar la excelencia requiere tiempo, que los procesos educativos son muy largos y no se producen por decreto y, sobre todo, que no se puede cambiar la educación superior si no han cambiado los niveles previos en lo más importante: la capacidad de razonamiento lógico, matemático y verbal, y para eso los maestros necesitan capacitación efectiva, estímulo y acompañamiento para llevar al aula lo aprendido. Pero el interés y la exigencia existen.

Parte del plan propuesto fue la creación de universidades especializadas, que se esperaba que desde el principio fueran instituciones de excelencia. Una de ellas es Yachay, a la que ahora se le añade “Tech”, imitando a las estadounidenses. La propuesta era interesante: crear una universidad de excelencia para producir ciencia y tecnología que permitan acelerar el desarrollo del país. Es decir que hagan posible ir más allá del aprendizaje científico y tecnológico y sus formas de aplicación, llegando a la producción de nuevos conocimientos, lo que es la expresión más alta del proceso educativo.

Para lograrlo se necesitaban tres condiciones básicas: selección rigurosa del alumnado, considerando sus conocimientos previos y sus aptitudes para el trabajo académico y de investigación, profesores productores de conocimiento y con capacidad para enseñar a producirlo y el equipamiento indispensable. Se escogieron áreas claves en el mundo contemporáneo: ciencias de la vida, tecnologías de la investigación y comunicación, nanociencias, energías renovables y petroquímica. Se inició la selección de los estudiantes, se buscó dentro y fuera del país a maestros con calificación académica adecuada y se la equipó.

Se inició el primer ciclo universitario en octubre de 2014 y antes del año nos sorprendió la separación del rector, un científico español que se radicó en el país y que al concretarse su salida dio a conocer su desacuerdo con lo que llamó ‘irregularidades’. Es necesario que no se desestime lo dicho por quien ha estado al frente de la institución, al contrario, hace falta que se investigue exhaustivamente lo manifestado y que el resultado se asuma con responsabilidad y se dé a conocer a la ciudadanía, junto con las propuestas para cambiar lo que haya que cambiar, mantener lo que haya que mantener, crear lo necesario y quitar lo innecesario. Si el rector saliente no tiene razón, debemos saberlo, no con declaraciones, descalificaciones o amenazas de enjuiciamiento, sino con pruebas de que está equivocado o falta a la verdad. Y si tiene razón, admitirlo será una prueba de la seriedad del proyecto, porque sería el primer paso para la enmienda. Ha dicho cosas concretas y es de suponer que tiene más que decir; entonces, es simple dar a la ciudadanía información precisa sobre esos aspectos.

Tenemos derecho a la verdad porque el país ha invertido ya mucho dinero para un proyecto audaz que, ciertamente, aunque no a corto plazo, podría ser muy positivo. Hay alrededor de seiscientos jóvenes que al matricularse han puesto sus esperanzas en una formación profesional diferente y no es admisible que se transforme en una institución que nace con desacuerdos y rencillas que, tal como suenan, no parecen precisamente académicas.

No hagamos de Yachay un show, se trata de algo muy serio para el país y su futuro. Exijamos la verdad, precisamente, porque hay que salvarlo. (O)