Rithy Panh estaba a punto de cumplir 11 años cuando los jemeres rojos tomaron el poder en Camboya en 1975 y convirtieron al país en la República Democrática de Kampuchea. Dizque inspirados en Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao, los revolucionarios conducidos por Pol Pot anunciaron la desaparición de toda injusticia y explotación. La ciudad capital se vació porque sus habitantes, considerados unos corruptos capitalistas, fueron forzosamente trasladados para reeducarse en el campo. Nada personal podían llevar; se confiscaron peinillas, relojes, lentes, juguetes y libros. Los billetes dejaron de valer. Los burgueses y los intelectuales debían ser aniquilados.

Hace cuarenta años los jemeres rojos rescataron antiguas formas de vida tribal y proclamaron el fin del hambre, la fatiga y la injusticia. Los ancianos serían alimentados por máquinas. El grupo dirigente anunció que cesaba la división de clases y que iba a crear un modelo social para ser exportado. Para ello privilegiaron el eslogan como forma de comunicación política. Por ser hijo de un profesor que había conseguido casa propia, Panh pasó a ser un enemigo. Sobreviviente de este régimen de terror, él es uno de los cineastas actuales más relevantes. En Francia, donde vive, es autor de filmes que proponen no olvidar el horror de la revolución.

La imagen faltante es la película documental de Rithy Panh que, en 2013, vuelve a preguntar cómo fue posible que, invocando la equidad y la justicia, se torturara y asesinara a dos millones de personas, casi un tercio de la población camboyana de entonces. La película conmueve porque combina imágenes reales con escenas de hombrecitos, mujeres y niños hechos de arcilla y agua. Pol Pot se hacía llamar el ‘hermano número 1’ y su equipo de gobierno llenaba los teatros solo para aplaudirlo. Hasta la posesión de un sartén era visto como un acto invididualista. Los jemeres rojos se creían clarividentes e infalibles.

En esa revolución había un solo actor que no era el pueblo, sino el compañero Pol Pot. Para su partido, él era la revolución, no había ningún otro como él. Aquellos que resistían al proceso eran señalados como retardatarios que querían volver al pasado imperialista. El adoctrinamiento incluía cambiar el significado de las palabras. Cualquiera que protestaba era un hostil y el que se oponía era un cadáver. Estaban convencidos de que su revolución era un proyecto que valía la pena defender porque creían que quienes dirigen una revolución no se equivocan nunca. En esos cuatro años que duró el régimen, Panh vio morir a sus padres, hermanos y sobrinos.

La imagen faltante desnuda los propósitos delirantes de esos revolucionarios que hacen de las artes meros instrumentos propagandísticos. Para ellos la realidad era lo que mostraba su propaganda. Panh afirma que las ideologías matan y denuncia que la falsedad es el comienzo de todo totalitarismo, pues los jemeres rojos mintieron a los pobres sobre la justicia, la igualdad, la felicidad y el progreso. Los líderes revolucionarios instauraron ideales de justicia que concluyeron con prácticas de odio. ¿No es el del Pol Pot un suceso que la humanidad condenó y que no quiere repetir? ¿Un solo hombre y un solo partido con tanto poder aniquilador? (O)