Con amigos comentábamos de política y uno sentenció “la política es corrupta”, hubo silencio, continuó diciendo, puede que el líder sea honesto pero todos los demás no; los demás dijeron que sí, que era la percepción en la calle.

Retomando en mi mente la conversación, me pregunto: ¿compré una vez discos pirata?, ¿conté que el cambio estaba de más y dudé en devolverlo?, ¿conozco algún caso de persona que por no pagar la citación arregló con el gendarme?, ¿llego a tiempo al trabajo y me voy a la hora que corresponde?, ¿alguna vez pagué por la ayuda de agilizar un trámite?, ¿en el trabajo hago un deber propio o de algún familiar?, ¿me meto en una fila para no ir al final?, ¿he visto videos que no tienen nada que ver con mis labores en la oficina? Digo sí, en por lo menos una de estas “indefensas” preguntas, por tanto debo reconocer, soy corrupto.

La corrupción va más allá de llevarse dinero, va más allá de ser político. La corrupción es romper lo que es correcto. Estamos en un país que vive exigiendo a los líderes acabar con la corrupción, pero no nos fijamos que no va a acabar porque no iniciamos en casa. Según estudios, los valores se construyen en el entorno que nos desarrollamos (Dios, familia, escuela), o que nuestros hijos aprenden más de lo que hacemos que lo que hablamos; si le decimos a nuestro hijo que mentir es malo, va a aprender que mentir es malo, minutos después te llaman por teléfono y le dices a tu hijo que diga que no estás, él aprenderá de ti que mentir es malo pero puede hacerlo si es conveniente. El respeto a la autoridad también ha cambiado, en mi época, el profesor tenía autoridad para corregir y yo temblaba cuando enviaba una nota a mis padres, informando una anomalía; sabía que me tocaba una tunda. Un amigo contaba que su esposa –profesora de párvulos– estaba pensando retirarse de su labor porque un niño, al que le había tratado de enseñar que ella le podía solicitar que haga silencio; le había dicho a sus padres que la profesora le había hablado. Al siguiente día la rectora del plantel la llamó al rectorado, porque los padres enojados del alumno querían que les diera excusas. Lo que aprende el niño en este caso es hacer lo él quiera, cuando él quiera y como él quiera, si tiene padrino. Es difícil arreglar esta generación pero si deseamos que el país cambie, iniciemos en casa, regresemos a la enseñanza de los valores, ética, moral; que la palabra de cada persona valga más que cualquier contrato firmado; los principios bíblicos resumen todo: “El principio de la sabiduría es el temor a Jehová”, Proverbios 1:7. (O)

Josué Alberto Tomalá Rosales, Guayaquil