Alberto Dahik en Guayaquil y Abelardo Pachano en Quito ya sonaron las alarmas. El primero denuncia un gran “incendio” al no existir en las reservas del Banco Central el suficiente dinero que corresponde a la dolarización, dice que la disminución de depósitos está por implosionar y predice que en seis meses se sabrá si exagera o no; el segundo dice que no hay manera de cubrir el hueco de caja, que el Gobierno debe reducir su presupuesto en 10 mil millones y estima que la recesión no se limitará a 2015, sino que en 2016 será peor. Pachano concluye que se achicará nuestra economía.

Se equivocan quienes dicen que el error del Gobierno ha sido dilapidar los fondos del petróleo alto y no haber guardado para la época de vacas flacas, la prueba es que si hubieran guardado digamos 6 mil millones, se habrían esfumado en 70 días, como dice Dahik. La verdad es que el Gobierno ha ido mucho más allá: además de haber gastado la plata de los ecuatorianos, ha contraído obligaciones que superan con creces el periodo de su gestión, han gastado lo que tenían, más lo que tomaron en deuda, más el petróleo que el país anticipa producir, han prendado el oro, pero sobre todo han aumentado el pasivo laboral de por vida hasta 9.600 millones anuales en remuneraciones de 600 mil empleados públicos, es decir, 16 mil dólares anuales por empleado, mientras el salario básico más beneficios es de 5.100, o sea que el sector real o productivo aporta a terceros del sector irreal entre dos y tres veces sus propias remuneraciones, algo absurdo. ¿Cómo se resuelve esto con un petróleo bajo? Hay tres opciones: o se crean más impuestos lo cual es reventar a la ciudadanía, o se les paga con una moneda electrónica que reduzca el valor de nuestros dólares, o se recortan los sueldos públicos lo cual podría convertir a los burócratas en forajidos.

En vez de resolver la crisis, el presidente la minimiza y se refugia en la única receta que él y sus guambras de la Senplades son capaces de imaginar: quitar poder y recursos a los demás para llevarlos al seno de su control y disponibilidad. No hay cabida para la lógica de quienes gustan de producir antes que consumir lo de los demás. Con lo cual nos lleva a la gran confrontación que anunció este 24 de mayo.

Si el Gobierno la quisiera evitar, tendría que cambiar su chip. Ya nadie le cree que las herencias y empresas familiares pasarán a manos de los más pobres, sino que engrosarán los fondos públicos para que ellos los gasten en burócratas que hacen yoga y estiramientos mientras “trabajan”, o en las seis “Plataformas gubernamentales” que no son otra cosa que nuevas oficinas de lujo para toda la burocracia capitalina. O financiar el metro de Quito a precios de la Odebrecht, cuyo principal está preso en Brasil por haber montado una red internacional de coimas, o para que un marxista viaje a Europa durmiendo en primera y tenga 19 parientes en el Gobierno.

El incendio está allí, ya veremos si se queman los recursos de los vagos o si nos pasan la factura a todos, como en 1999. (O)