Pues sí, el régimen ha puesto todas sus energías para preparar la forma como tratará de detener al paro nacional de trabajadores del jueves 13 de agosto. Prácticamente ha reorientado la gestión pública, reduciéndola a cómo sobrellevar este momento. Concibe al paro como un tropiezo serio de desestabilización política para su gestión, que la entiende, desde sus fueros, como acertada, incomprendida e injustamente deslegitimada.

Para ello, el régimen ordenó que la “izquierda” de su aparato político pasara a la vanguardia, que para eso sirve. En política pública ha ocupado solo el fondo del escenario –es una fracción descartable–, mientras que en la lucha de calles ahora debe prestar sus brazos. Es mera corporalidad y no forma parte de la cabeza que orienta al régimen. Pero son buenos muchachos, de sangre dulce, dispuestos a verterla por una gota de poder marginal en el régimen, es decir, para avanzar en el socialismo del siglo XXI. De la mano de la burguesía nacional y de la burguesía transnacional.

El Gobierno ha enfilado a sus partes orgánicas a boicotear el paro. Ha reunido a las autoridades subnacionales de Alianza PAIS –no han sido muchas si pensamos que pesaron solo el equivalente a dos miembros por cada junta parroquial–; congregará a los gobernadores, jefes políticos cantonales y tenientes políticos –ingenuamente supuse que habían sido archivados como brazos territoriales del Estado oligárquico–; y, de entrada, dispuso que el responsable de la política exterior se constituyera como responsable del clientelismo interior –también me equivoqué pensando que los Comités de Defensa de la Revolución funcionaban, pero la orden de “reorganizarlos” muestra que apenas existen–.

La llamada al diálogo nacional, de mediocre concepción y ejecución, no es sino una compra de tiempo político, para tratar de llegar con el menor sobresalto a diciembre de este año, en que el régimen planearía aprobar las enmiendas. Fundamentalmente, la que más sirve a sus propósitos de prolongación indefinida en el poder, la reelección indefinida, prioritariamente del presidente. Sabe que este es el núcleo de la coyuntura. Y sabe que la oposición ya lo sabe. Debe sobrepasar el paro nacional, para consumar la maniobra –la aprobación parlamentaria– que abre el tiempo de la felicidad, aquel en que mejor se mueve, las elecciones.

La Asamblea Nacional, el Consejo Nacional Electoral y el Consejo de Participación Ciudadana han sido dispuestos por el comando del diálogo nacional como alfiles del ajedrez del régimen. No hicieron siquiera un amague de independencia. No son un plano de expresión de la soberanía popular. Por lo que no importa su legitimidad mientras contengan a las insubordinaciones. Finalmente, la Asamblea aprobaría las enmiendas sobre un charco formado por la energía política regional de sus miembros, el Consejo Electoral convocaría a los partidos para mostrarles que no quieren la equidad social, es decir, que son irremisiblemente partidocracia, y el inefable Consejo de la participación estatizada podrá seguir cubriendo las espaldas morales del régimen. Es decir, pueden ser sacrificados para que doten de movilidad a las torres del régimen.

El presidente sostiene en todas y cada una de sus intervenciones públicas –me refiero con todos los micrófonos a su alcance– que el paro nacional es ilegal pero fundamentalmente ilegítimo. Nos recuerda que “somos más, muchísimos más”, invocando una mayoría lejana, a la que no quiere y no puede invocar para cambiar la institucionalidad y provocar su reelección indefinida. La consulta popular por las enmiendas es totalmente extraña a su verbalización. Y concluye que no sabe para qué es el paro nacional, olvidando que es una movilización social contra una política pública y una organización antidemocrática del régimen del que es su cabeza virtualmente única. El niño –la ciudadanía– que mira al emperador desnudo, solo en el centro del escenario, le diría, el paro es en contra de usted, presidente.

Dicho rápidamente, la consigna que cubre a las acciones promovidas por el régimen, en el plano visible, es “a trabajar” frente al paro de los conspiradores, mientras que en el plano invisible, la orden es desarrollar acciones de “clase contra clase” dentro del campo subalterno y desde las organizaciones sociales fachada del Gobierno contra la sociedad insubordinada. La iniciativa del régimen ha acertado en el diseño del momento. Efectivamente, se trata de un enfrentamiento del Estado contra la sociedad.

Pues sí, la sociedad –con algo más de retardo– también dispone sus energías y articula sus acciones para preparar un exitoso paro nacional. Para llegar con fuerza y enfrentar el momento definitivo, la aprobación de las enmiendas en la Asamblea. Y no derivar en un descartable de la propaganda electoral.

El paro nacional anuda a la coyuntura política. Allí confluyen muchas voluntades y acciones del pasado y hacia el futuro. De todos los campos del espectro social. Examinemos puntualmente algunas, dejando para otra ocasión al actor central, el sindicalismo.

Los diversos segmentos de la clase media en movimiento en todo el país, pero fundamentalmente en Quito, no pueden permanecer indefinidamente en la calle. Pretenderlo puede ser una salida en falso. Pero en ella hay un sentimiento y una atmósfera proclive a retomar la calle y la expresión de la inconformidad bajo diferentes modalidades. Son, quiéranlo o no sus integrantes, parte importantísima del paro nacional. La clase media es una columna, que no requiere de permisos para integrarse a la producción de un hecho público, como es construir una nueva correlación de fuerza para enrumbar a la democracia.

Son muy pocos los empresarios que pueden acudir con ventaja a los cortejos del régimen. Ante la inminencia de una compleja situación económica, caracterizada al menos por la ralentización del crecimiento (podría ser la recesión), saben y no confían en que a corto y mediano plazo puedan salir de la situación liderados por el populismo económico y político. Pondrán, a su modo, su cuota en la construcción de esta nueva correlación.

Algunos territorios y sus gobiernos empiezan a ser parte de la movilización programada. Quizás sean su parte más pasiva, la de “brazos caídos”. Pero seguramente convergerán de dos modos. Por un lado, como correlatos en las ciudades intermedias y pequeñas de la movilización indígena, mientras que por otro lado, pueden dar inicio a otra movilización que suceda al paro nacional, las movilizaciones cívicas.

Los indígenas tocan al corazón del régimen, la sociedad agraria. Probablemente sean quienes más dificultades confronten para impactar en su área de influencia. Dificultad que se asocia a otra originada en el sindicalismo: confundir al paro nacional con una huelga indefinida. El resultado esperado podría ser un sólido paro urbano y rural, de la nación entera. Y desde ese resultado la sociedad movilizada adoptará nuevas metas en la programación política.

Viene a mi mente un recuerdo poderoso, la huelga nacional de trabajadores de 1977. Sí, aquella que sacó de la inacción al pueblo, luego de la provocación antidemocrática orquestada con la masacre de Aztra. La vanguardia y la retaguardia del pueblo ocuparon el país rectificando el rumbo por el que presionaban los militares antiinstitucionales. Cuando las fuerzas armadas ya habían tomado la decisión de apoyar a la democratización.

Entonces, como ahora, se acababa el ciclo de crecimiento económico del petróleo y se abría el reto de la democratización con nuevos actores acompasada por los años perdidos para la diversificación económica con justicia social. (O)

El niño –la ciudadanía– que mira al emperador desnudo, solo en el centro del escenario, le diría, el paro es en contra de usted, presidente.