El candidato se acostumbró a ellas y el elector se las ha creído. Las mentiras recurrentes en campaña han desmoralizado la acción política condenándola a un mero ritual dominado por el dinero y el marketing. En directa proporción a lo que se miente aumentan los costos de campaña convirtiéndose en tema dominante de cobertura de los medios. En Estados Unidos cuesta cada vez más caro movilizar a un electorado que va a las urnas cada vez menos. En nuestros países, sin el uso descarado del aparato estatal coaccionante y chantajista la gente no se mueve. El miedo a perder lo poco le ha hecho un daño muy grande a la política.

Las ideas y las trayectorias son secundarias y las candidaturas testimoniales solo sirven cuando el hartazgo del electorado se pone en funcionamiento muchas veces para empeorar las cosas. Chávez vino a castigar el corrupto sistema bipartidista venezolano y lo mismo pasó en Ecuador y otras naciones donde los flageladores de la “partidocracia” establecieron sus reales azotando a todo el sistema en su conjunto. Confirma a su paso que cuando más cambia América Latina, más permanece igual. Necesitamos hacer la otra tarea. La que forma ciudadanos preocupados por lo público, aquellos que no quieren ser idiotas en el sentido original griego y usan su juicio crítico para votar o botar a algún corruptito de ocasión u otro pretendiente de dictador. Juicio, eso es lo que nos falta; pero para eso hay que hacer la gran revolución educativa en nuestro subcontinente. Nuestros políticos se llenan la boca de ella y los padres en general están muy contentos con la educación que reciben sus hijos. No tienen incluso capacidad para discriminar la buena de la mala educación formal. Nuestros ministerios reconocen sus flaquezas pero cínicamente continúan idiotizando por millones. Un proyecto de ley en Brasil ha pretendido obligar a los funcionarios públicos, desde el presidente de la República hasta el último, a enviar a sus hijos a las escuelas y colegios públicos para que sepan de primera mano de qué educación están hablando cuando pronuncian dicha palabra. No es mala idea. Nuestros gobernantes vienen de centros privados superiores en calidad a los públicos y la única referencia que tienen es esa cuando de pensar o hacer educación pública se trata. Hay que sentirla para apreciarla o modificarla. Ella es la madre del borrego.

Nuestros electores, muchos de ellos son incapaces de escoger. No eligen... solo votan. Y muchas veces distorsionan su voluntad por el miedo o por la dádiva, prebenda o canonjía, que se las usa de manera frecuente y desembozada. Si queremos cambiar la historia. Si deseamos que nadie flagele a nadie, requerimos ciudadanos educados y con criterio. Que no sean presos del rencor, resentimiento ni odio de unos líderes que construyeron el peldaño de sus gobiernos sobre la absoluta falta de amor, que no es otra cosa que el servicio desinteresado hacia el otro.

El acto electoral es el final de un proceso y cuando vemos la distorsión del mismo estamos en realidad frente a un espejo que nos devuelve nuestras carencias, incapacidades e irresponsabilidades. La tarea, por lo tanto, es acabar con las mentiras que distorsionan una realidad que requiere un trabajo profundo y comprometido con la educación. Esta que tenemos solo sirve para reproducir borregos al servicio de los mismos matarifes de siempre. (O)

Un proyecto de ley en Brasil ha pretendido obligar a los funcionarios públicos, desde el presidente de la República hasta el último, a enviar a sus hijos a las escuelas y colegios públicos para que sepan de primera mano de qué educación están hablando cuando pronuncian dicha palabra. No es mala idea.