Cuán importantes nos sean determinadas cosas dependerá del lente con el cual se las mire y de la escala de valores que se posea. En cuestiones de salud, parece irrefutable que lo más importante es mantener o recuperar el bienestar físico y psíquico. Aunque esa apreciación sea razonable y fácilmente compartida, nuestra realidad muestra situaciones que desconciertan y apenan, y hasta enojan.

Hace pocos días, visitando a un enfermo en el hospital experimenté la sensación de abandono que seguramente están viviendo los pacientes ahí. En el caso particular, un hombre joven, con una enfermedad crónica y múltiples descompensaciones clínicas e ingresos hospitalarios, a quien conozco desde hace muchos años cuando fue diagnosticada su enfermedad. Consciente de la gravedad de su dolencia y sabiendo que no tendría curación, lo que más ansiaba era aliviar sus síntomas. En casos como ese, la presencia del médico o del personal de salud, su disposición a escuchar y a dialogar, pueden ser de tanta ayuda como la aplicación de un fármaco. Penosamente, la disminución de personal médico y el número cada vez mayor de pacientes han mermado el tiempo de atención individual y perjudicado la calidad del servicio.

Muchos especialistas se jubilaron, otros renunciaron. Los médicos jóvenes que fueron a especializarse afuera no regresaron. Muchos posgrados han desaparecido y, por lo tanto, no hay nuevos especialistas. Los pocos que quedan son aún jóvenes y están en pleno proceso de alcanzar experiencia. El resto, médicos con preparación general que requieren de un sueldo para subsistir. No siempre hay médicos residentes de guardia. Y con la nueva modalidad de que los médicos tratantes hagan guardias de 24 horas una vez por semana y luego completen las 40 horas de trabajo en los días restantes de la semana, resulta que hay días y horarios en los que los pacientes prácticamente quedan librados a su suerte en sus habitaciones. El paciente a quien visitaba me transmitió esa desolación.

El problema es que lo que cuenta para las estadísticas hospitalarias son los números. En esa absurda lógica, atender a un mayor número de pacientes equivale a brindar mejor atención. Mayor número de interconsultas contestadas, mayor número de personas atendidas en la consulta externa, mayor número de procedimientos o cirugías, han terminado valiendo más que el tiempo y la calidad que deberían brindarse. Intento ponerme en el lugar del paciente que apenas conoció a su médico, pues no hubo tiempo para más, y que debe contentarse con la receta de una medicina que ojalá le sea entregada. Me pregunto también cómo serán las sesiones de rehabilitación neurológica de pocos minutos de duración y de pocos meses de tratamiento, si el volumen de pacientes y la falta de personal no permiten una atención completa y adecuada.

Y, sin embargo, las áreas físicas cambian de cara o lustran la que tienen cada tanto. La apariencia es de avance y prosperidad. No aprendemos que, para cambiar, hay que cambiar el fondo, no necesariamente la forma. Cada cosa debería ser hecha según su importancia. Si no nos importa la gente, entonces ¿qué? (O)