Luego del paréntesis de calma abierto tras la visita del papa, la amenaza de reanudación de las protestas es un hecho cierto. La convocatoria al paro nacional por parte de los movimientos sociales, que se iniciará con marchas el 2 de agosto para ir escalando hasta una concentración masiva en la capital el 13, donde se proclamará su carácter indefinido, pone nuevamente en jaque al Gobierno.
El retiro temporal de los proyectos de reforma a las leyes de Herencia y Plusvalía quitó presión en las calles y redes sociales, pero el fermento de malestar de amplios sectores de la sociedad debido a la actitud autoritaria del régimen se mantiene vigente. Y resulta previsible que manifestarán su simpatía y adhesión al paro al compartir una misma motivación de rechazo.
El Gobierno, por su lado, sigue empeñado en promover su diálogo de “equidad y justicia social”, con poca o ninguna convocatoria, más allá de actores que le resultan adictos. La política maniquea de los que obran con buena y mala fe deriva inevitablemente a un diálogo con múltiples exclusiones. El principal mensaje que dejó Francisco al Ecuador sigue sin calar en un escenario de creciente división.
El presidente Correa, demostrando que es un líder populista de condiciones excepcionales, ha recuperado según las encuestas una parte del capital político que perdió durante la reciente crisis, lo cual hace suponer que no está dispuesto a otorgar concesión alguna a los sectores de oposición. Su proyecto de reelección presidencial indefinida se mantiene en pie y difícilmente llegará a una mesa de negociación.
Después de lo sucedido, está consciente de que es insustituible y que sin su accionar protagónico, Alianza PAIS no es sino un membrete que cobija con su sombra a una élite burocrática, que pese a su convicción y entusiasmo por la causa, alentada por numerosas prebendas, es incapaz de asumir un eventual relevo.
A no dudarlo, el jueves “negro” 25 de junio, día nefasto por la multitudinaria marcha de Guayaquil y la intentona de la muchedumbre de tomar la Plaza Grande en Quito, tuvo tiempo suficiente para reflexionar sobre la soledad del poder y resentir el limitado apoyo de su entorno más cercano.
El principal enemigo en este momento, aún de fragilidad, no es ni el FUT o la Conaie sino el progresivo deterioro de la economía nacional cuyo decaimiento no puede ser disimulado por la propaganda oficial. Es una amenaza real que puede erosionar sostenidamente su capital político con miras al 2017.
Es la razón por la cual ha convocado al Palacio de Carondelet en dos oportunidades a los propietarios de los principales grupos corporativos nacionales, haciendo a un lado sus prejuicios ideológicos, a fin de brindarles garantías y seguridades para que mantengan sus planes de inversión. Inclusive llegando a conceder que la reforma a Herencias no aplicaría a los negocios en marcha, olvidando su duro ataque a las empresas familiares que llegó a calificar de “dinastías”.
Al tiempo instruye a sus ministros de área que mantengan permanentes reuniones con los denostados banqueros, preocupados por la reducción de depósitos y su incidencia en la dinámica del crédito productivo.
Son los nubarrones que acompañan al fenómeno de El Niño.(O)