El tema de la pobreza es propio de la Iglesia católica y está siendo actualizado con insistencia por el papa Francisco en discursos y documentos cuando se refiere a la injusticia de las estructuras económicas, las desigualdades, la necesidad de solidaridad con los “descartados”, los refugiados, los que sufren carencias de diversa índole.

Y aunque él habla de la necesidad de cambios importantes a un macronivel, involucra en esta responsabilidad a las familias y, por lo tanto, a todos los cristianos.

Es muy sensible cualquier prédica sobre el uso justo y solidario que debemos dar a los bienes logrados con el trabajo honesto sin que se produzcan reacciones de rechazo. Hay mucha generosidad pero con sus límites. Tal vez por eso muchas catequesis y predicaciones de las últimas décadas han puesto más énfasis en las devociones y perfección espiritual que en esta necesidad de la opción-radical por los pobres.

Personalmente me he sentido, una vez más, interpelada, remitiéndome inmediatamente a las palabras y hechos de Jesús sobre la riqueza y los desposeídos.

Los primeros padres de la Iglesia también, en el contexto económico de los primeros siglos de la cristiandad, fueron muy claros y duros al referirse al uso de las riquezas:

San Basilio: “Las riquezas nos han sido dadas para administrarlas, no para gastarlas en placeres y quien se desprende de ellas ha de alegrarse como quien devuelve lo ajeno...”.

San Juan Crisóstomo: “¿Os digo acaso que lo tiréis todo? No. Disfruta de lo tuyo, pero una vez que hayas cubierto tu necesidad haz algo necesario con lo inútil y superfluo y distribúyelo entre los que se mueren de hambre y tiritan de frío...”.

Los bienes de la tierra son dones gratuitos del Creador que al trabajarlos se convierten en riquezas, pero el esfuerzo, el trabajo, los riesgos, las inversiones para conseguirlas no nos eximen del deber cristiano de la austeridad, de evitar lo innecesario mientras otros carecen de lo esencial. Todo proviene del amor incondicional al prójimo... del amor que todo nos ha donado, hasta su mismo hijo Jesucristo.

Sin duda alguna puede resultar muy incómodo revisar nuestra forma de vivir y gastar los bienes. La cultura consumista nos envuelve con sus tentaciones y nos crea falsas necesidades y placeres. ¿Cuál es el límite correcto? ¿Cómo ser solidarios sin ser paternalistas?

Cada persona tiene que encontrar la respuesta mirando alrededor. Cuántas veces en la propia familia hay reales urgencias que podemos paliar con nuestro apoyo. Ayudar voluntariamente es mejor que hacerlo obligados por cualquier gobierno donde puede haber corrupción.

No solo hay que compartir las riquezas materiales sino también las espirituales, los dones, la educación, experiencia, el trabajo, consuelo, cuidado, etcétera, promoviendo el desarrollo humano.

La medida del amor es demasiado alta para los cristianos y no tiene límites. Me impacta y conmueve que Jesús nos pidiera que amemos como el Padre lo amó y como él nos ha amado.

Cualquier pequeño paso que demos es un avance. ¿Lo intentamos? (O)