La visita de Francisco alegró el corazón de cientos de miles, más allá de pertenecer o no a la misma Iglesia. Lo que a mí me sorprende de Francisco es su total atención al presente que vive. Se nota en sus gestos, saluda mirando, da la mano mirando a cada uno, escucha. No está aquí estando allá. Está presente con gestos de comprensión, de firmeza, de ternura, de pragmatismo y de humor fácil y fino. No lo imagino en una ceremonia tomando fotos para recordar lo vivido. Vive y su corazón le recordará cuando sea necesario aquello que vivió, por eso es una persona sabia. Sus palabras no suenan huecas, están fermentadas en experiencias concretas, en observaciones concretas, en alegrías y sufrimientos concretos. En dudas y soledades concretas. En amistades concretas. Y en una relación espiritual con Dios profunda. No aparece como un funcionario de lo divino, aparece como un servidor de lo que cree. Y tiene una enorme empatía por cada ser humano que encuentra. No importa de qué credo sea. Y eso las personas lo sienten y lo valoran. Todos tenemos hambre de comprensión, cariño, trascendencia.

Me parece que eso indica además una característica de su personalidad. Está empujado, poseído, por objetivos claros y urgentes, sabe que la Iglesia digiere los cambios en clave de siglos muchas veces, y que las prisas no son moneda corriente en esa institución milenaria y anquilosada en antiguas tradiciones. Sabe también que su vida por larga que sea será corta para lograr lo que su corazón, su razón y su fe le apremian, por lo tanto tiene urgencias.

Sin embargo, la claridad de metas no le impide estar pendiente de la manera como se logran. Las flores y regalos que le obsequiaban a lo largo del trayecto hacia el aeropuerto en su despedida, él los recogía y al bajar tenía especial cuidado de que los llevaran.

Eso parece delatar que le interesan mucho las metas, pero también está pendiente de cómo se logran. La finalidad y la manera de alcanzarlas parecen estar en él absolutamente entrelazadas. Parecen ser la misma cosa, sus gestos lo delatan. Y eso quizás sea la buena noticia que las personas ávidas de honestidad, sentido y atención valoran más allá de ser un personaje religioso.

Ese quizás sea uno de los mensajes de fondo para toda nuestra sociedad. Que se interpreta sin que lo articule en un discurso y tal vez sin que lo podamos identificar bien. Porque es uno de los comportamientos que más falta nos hacen. Y que más reacción provocan. El cuidado de los demás, de los sentimientos y emociones de los demás.

No se puede avasallar a quien piensa, opina y propone alternativas diferentes. Se puede discrepar profundamente, pero no es honesto denigrar, perseguir y vapulear a quienes se oponen a un proyecto político que se va construyendo en el camino a saltos y empujones. Como no es correcto enviar el mensaje de que lo que dice el papa Francisco es igual a lo que dice el Gobierno. Eso es apoyarse en una autoridad moral y religiosa con todo el peso que tiene en el pueblo ecuatoriano, para avalar un proyecto político sometido a discusión, a reparos, aprobación y rechazo. Esa utilización no es honesta. Delata debilidad en vez de fortaleza. (O)