La primera jornada del papa Francisco en Ecuador se cumplió ayer en Guayaquil. Desde el día anterior se notaba el interés de las personas que trataban de localizar un sitio adecuado para verlo pasar y recibir su bendición, o un lugar en el Parque Samanes para participar de la eucaristía.

A pesar de que era mucha la gente que se movilizaba y se congregaba en los lugares que consideraba más propicios, salvo algunas personas deshidratadas o desmayadas pero atendidas enseguida, no hubo incidentes y todo transcurrió con normalidad.

Lo más importante de la jornada fueron las palabras del papa a su arribo y la homilía en la misa. En el primer caso, se trató de una intervención breve, como correspondía a la circunstancia. Manifestó su alegría por estar en el país y sus buenos deseos de que se logre el desarrollo y se venza a la pobreza “valorando las diferencias y fomentando el diálogo sin exclusión”. Asimismo, dijo que la Iglesia se ponía a las órdenes para lo que signifique servir al pueblo, “que se ha puesto de pie con dignidad”.

La homilía estuvo destinada a resaltar la importancia de la familia, que “constituye la gran riqueza social que otras instituciones no pueden suplir”, y comentando el episodio de las bodas de Caná, llamó a valorar y vivir la esperanza. Como en el hecho que narra el evangelio, el mejor vino, lo mejor, está por venir, es la esperanza para cada persona que se arriesga al amor, dijo, e hizo énfasis en algo que ya había mencionado, que el servicio es el criterio del verdadero amor.

Si el 80% de los ecuatorianos que nos definimos como católicos viviéramos con esos criterios, el país sería distinto. Es para pensarlo. (O)