Por: Javier Darío Restrepo
El obispo ecuatoriano que apareció en los noticieros de televisión en vísperas de la visita papal a Ecuador, Bolivia y Paraguay, contagió su miedo a la audiencia latinoamericana al clamar por una fuerte protección para el Papa durante su gira, porque veía un riesgo en su contacto cercano con las muchedumbres.
Es la expresión de un estado subconsciente de desconfianza hacia la gente, a quien se supone cargada de malas intenciones, no por ser mala, sino por ser pobre.
Pero el papa Francisco no piensa de esa manera y soporta los protocolos de seguridad con la misma incomodidad con que afronta toda la parafernalia diplomática y protocolar que aún sobrevive, a pesar de sus esfuerzos por liberar a la Iglesia del peso de sus tradiciones de poder.
Se ha recordado por estos días un episodio revelador ocurrido durante su visita a Río de Janeiro. Por algún error de su cuerpo de seguridad la caravana papal resultó atascada en un callejón sin salida en donde el pequeño coche papal quedó rodeado por una muchedumbree de gente sencilla que se precipitó hacia el frágil vehículo con sus puertas abiertas que dejaban al pontífice al alcance de cualquiera de los centenares de personas congregadas a su alrededor. ¡Toda una pesadilla para los agentes de seguridad! que, entre órdenes nerviosas, lograron romper el cordón humano y sacarlo de aquel azaroso callejón.
¿Sintió usted miedo? le preguntó después un periodista, durante el vuelo de regreso. La respuesta fue todo un programa. Para el sosegado papa Francisco su seguridad está hecha de la confianza y el afecto que existe, como clima espiritual, entre el obispo y el pueblo. Al contrario de los dictadores, que al presentarse en público, lo hacen detrás de un grueso vidrio blindado, el pastor da por hecho que nada puede pasar cuando está en medio de su rebaño.
Aún en situaciones como la que acaba de crearle la publicación de su encíclica Laudato Si, en que denuncia y condena los abusos de las empresas más poderosas y ricas del mundo y de sus poderosos propietarios contra la naturaleza. El documento ya ha sido calificado como un riesgo con mucho de locura y no han faltado quiénes se pregunten en serio, si Francisco está en sus cabales.
Nada de esto altera la serenidad del papa Bergoglio; conspira contra ese sosiego, en cambio, la visión diariamente renovada de las tribulaciones y humillaciones de los pobres del mundo. Esta es una preocupación que aparece como una constante en todos sus discursos y que predominará en su gira latinoamericana. Acaba de sentirse, como música de fondo en la encíclica Laudato si, que estableció una relación antes casi desconocida, entre el deterioro de la naturaleza y del medio ambiente y los sufrimientos de los pobres.
Al verlo llegar a Quito y a Guayaquil será inevitable preguntarse sobre esta relación con los pobres, esta vez en América Latina y en su gran pulmón, la selva amazónica.
¿Cómo aparecerán los pobres en el discurso papal? ¿Cómo los que necesitan beneficencia – ese calmante de las conciencias de los ricos-? ¿O le oirán decir en Ecuador que los pobres deben dar el salto desde su condición precaria hasta el status redentor de ricos? ¿O repetirá el Papa el discurso evangélico de “Bienaventurados los pobres”?
El discurso de la Iglesia sobre los pobres ha tenido distintas tonalidades a lo largo de la historia, desde el desconcertante espectáculo de una comunidad en la que los pobres desaparecieron porque compartían todo lo que tenían, mientras desde afuera llegaban las voces de asombro: “ved cómo se aman”.
En esos tiempos los pobres estimulaban la acción fraternalmente solidaria de los primeros cristianos; en otros tiempos, los pobres fueron un reclamo para las conciencias y un énfasis vivo sobre la necesidad de acabar con la injusticia; pero entro todas estas, ¿cuál será la imagen de los pobres de estos países latinoamericanos en los discursos papales?
La Iglesia viene repitiendo desde 1968, cuando se escribió por los obispos latinoamericanos lo de la opción preferencial por los pobres, que podría ser entendido como un lema demagógico. Pero desde entonces hasta hoy el proceso de destilación y refinamiento de ese concepto ha sido purificado de cualquier rezago demagógico y asistencial, para concluir que la pobreza ciertamente es producto de la injusticia que tiene que ser superada, pero, además, hay una pobreza liberadora, la que aleja de la esclavitud de la avidez, de las avaricia y, sobre todo de los demonios del poder. Esa pobreza liberadora se convierte en riqueza del espíritu e inspira una visión en contravía de la vida y del mundo. ¿Es esto lo que compartirá Francisco con los pobres del continente, en este viaje?
Será, pues, una semana de revelaciones. Francisco se ha caracterizado por eso, porque renueva todas las cosas, hasta la pobreza. (O)