“En Ecuador, las calles en ebullición contra la arrogancia del presidente Correa” decía un titular del diario Le Monde de Francia la semana pasada, a la que acompañó una foto de policías y manifestantes chocando violentamente en las marchas. Más allá de lo decidor que puede ser un titular de prensa, la lectura internacional coincide con el sentir ciudadano en el país: la arrogancia del presidente es el motor que moviliza a las multitudes. No es solo un problema de actitud, de prepotencia de un mandatario que minimiza y descalifica a sus opositores, usando para ello todos los recursos del Estado que se encuentran a su disposición, sino sobre todo la incapacidad de conceder a los argumentos contrarios cualquier forma de validez conceptual o ética.

Acostumbrado a maltratar a sus oponentes y a someterlos al escarnio público, en ese circo de mala calaña en que se convirtieron las sabatinas, así como a imponer su voluntad por la vía de ejercicios de democracia directa, al parecer no está Correa y su equipo de asesores en capacidad de entender que la situación política cambió sustancialmente. Esa incapacidad no le permite además enfrentar, con éxito alguno, las condiciones cambiantes que se desenvuelven a un ritmo de vértigo. El descenso de popularidad del presidente en las últimas semanas hace que encuestas de hace un mes aparezcan como obsoletas. Su estrategia es errática y en lugar de desmovilizar a la gente, propicia aún más la beligerancia con un discurso que no puede salir de los recursos fáciles de la provocación y la descalificación. El equipo que le rodea evidentemente no le ayuda mucho en estas circunstancias, pues enfrentar la movilización tratando de endosar la protesta a los efectos del alcohol o la ingesta de drogas, no es exactamente la estrategia más inteligente. Menos aún enviar a diario a sus asambleístas a los medios de comunicación, sin un mínimo libreto, para hacer papelones de proporciones épicas. Creo que varios años después, seguiremos recordando las declaraciones de Gina Godoy, que la semana pasada la convirtieron en tristemente célebre.

¿Cuál es el diálogo nacional al que invita el presidente? ¿Algo parecido al sainete televisado por los canales gubernamentales, en el que en una oda a lo patético llevaron a simpatizantes para que pregunten cualquier bobada a Correa? ¿El diálogo con las organizaciones paralelas estructuradas por el Gobierno, en los sectores indígena, docente o sindical? Grupos que no representan a nadie y que ha servido solamente para el provecho de unos cuantos “dirigentes”, que han visto en el Gobierno una suerte de vaca a la que ordeñan en cada oportunidad. Son tan precarios y de tan poca convocatoria, que todos hemos sido testigos de los enormes esfuerzos hechos por el Gobierno para llenar la Plaza Grande con gente traída desde fuera de Quito. No representan a nadie, excepto a la voracidad de sus improvisadas cabezas. Otro tanto los famosos comités de defensa de la revolución, que en estas últimas semanas han demostrado capacidad de organización y convocatoria igual a cero. ¿Es este el diálogo que espera el Gobierno que desmovilice a la ciudadanía? Ya hemos visto que incluso dentro de Alianza PAIS un debate transparente y en situación de igualdad es imposible. El tema de la despenalización del aborto fue buen ejemplo de ello, en el que apenas por proponer la discusión fueron maltratadas de palabra y sancionadas por el movimiento varias asambleístas del bloque oficialista. “Te queremos presidente” es lo único que se les ocurrió responder a las pobres incautas, que pensaron que podían anteponer sus valores a la disciplina vertical de su movimiento.

La arrogancia le ha pasado factura al presidente y su gobierno en múltiples ámbitos. Pensaron que convocando a ejercicios de democracia directa continuos iban a legitimar eternamente sus caprichos más delirantes, como el quitar a la prisión preventiva su carácter excepcional. Olvidaron que este mecanismo desgasta políticamente y que el abuso del mismo genera en el elector un efecto contrario al deseado. Pensaron que linchando mediáticamente a sus opositores, los descalificarían para siempre a los ojos de la ciudadanía. Olvidaron que la actitud matonil, al mediano plazo genera total rechazo del público, pues nadie quiere sus derechos en manos del abusador de la escuela. Pensaron que generando organizaciones paralelas, dividirían a los sectores sociales definitivamente. Olvidaron que estos sectores responden a reivindicaciones centenarias y que trabajadores, maestros e indígenas saben diferenciar bien entre un auténtico dirigente y aprovechadores de poca monta que quieren jugar un full, para obtener beneficios de su relación con el poder.

Un diálogo auténtico tiene que enfocarse en temas fundamentales, como administración de justicia, derechos humanos, modelo económico, seguridad social, combate a la corrupción, transparencia pública, entre otros muchos. Si se pretende limitar lo debatible a los temas de herencia y plusvalías y escoger interlocutores obsecuentes, lo que se le viene al Gobierno será mucho más duro que lo que hasta ahora ha debido enfrentar. (O)

Más allá de lo decidor que puede ser un titular de prensa, la lectura internacional coincide con el sentir ciudadano en el país: la arrogancia del presidente es el motor que moviliza a las multitudes.