Hoy hay referéndum en Grecia. El primer ministro, Tsipras, pregunta a los electores si aceptan la más reciente propuesta de la troika –compuesta por la canciller alemana, Merkel; la directora del FMI, Lagarde; y el presidente del Banco Central Europeo, Draghi– de apoyo financiero para que pueda pagar sus cuentas pendientes, a cambio de medidas de austeridad. Tsipras propone votar no.

La situación es confusa, el resultado incierto y las consecuencias del Sí o No, impredecibles. Hay el peligro de una salida desordenada del euro por parte de Grecia, lo cual adicionaría para los ecuatorianos, además del sentimiento de solidaridad con el pueblo griego y la preocupación de las consecuencias para la economía mundial, en particular para nosotros (mayor depreciación del euro), el interés por enterarse cómo puede un gobierno abandonar una moneda dura, el euro en el caso de Grecia.

El problema se inicia en 2002 con la adopción de una moneda común por parte de algunos países de la Unión Europea (Gran Bretaña se destaca entre los que se negaron) antes de tener políticas comunes en lo tributario y prestaciones fiscales.

Una vez en la eurozona, Atenas se endeudó agresivamente aprovechando el bajo interés en préstamos en euros para impulsar el crecimiento del Estado y elevar a niveles alemanes sus prestaciones sociales. Se despreocupó de su competitividad. Hace cinco años reconoció que había falseado sus cifras fiscales y que no podía pagar sus cuentas.

La troika aprobó un generoso plan de asistencia para que Grecia cubriera sus deudas, pero a un alto costo que obliga a Atenas a mochar el gasto público y reducir prestaciones. Cinco años después, la economía griega se ha reducido en una cuarta parte y sigue con una deuda impagable. Como no tiene moneda propia, no puede pagar pensiones a los jubilados, sueldos a los empleados públicos.

Los electores echaron a los políticos tradicionales, ahora gobierna Syriza, partido de izquierda, que negocia con línea dura. Atenas tenía la esperanza de que como su patrona, la diosa Atenea, Tsipras pudiese persuadir a sus Furias, las encargadas de vengar crímenes, de perdonar al pueblo griego. Atenea, en magistral dominio de las relaciones públicas, en recompensa redenominó “Euménides” (benevolentes) a las Furias.

Hoy, la troika son las nuevas Furias, pero Tsipras no ha sido tan exitoso como Pallas Atenea. Entró en moratoria con el FMI, declaró un feriado bancario, los griegos solo pueden retirar montos pequeños por cajero automático.

Para la troika, ceder a Atenas significaría motivar a los electores de otros países con dificultades a llevar al poder a partidos como Syriza: en el caso de España, Podemos, partido que a través de sus fundaciones ha recibido financiamiento de los países de la ALBA.

El Sí del electorado podría resultar en la caída del gobierno y nuevas elecciones, llevando a moderados al poder. O Tsipras podría sentirse empoderado para ceder ante los planteamientos de la troika.

El No podría requerir que Atenas ponga en circulación una seudomoneda, como certificados de Tesorería, la que se depreciaría desde el primer momento.

La salida del euro sería un calvario. (O)