Por: Alberto Molina Flores

El arbitraje militar es un tema latente, considerando que en las crisis políticas que se han dado en el Ecuador durante este periodo democrático (1979-2015), en las caídas de los presidentes Bucaram, Mahuad y Gutiérrez, infortunadamente la última instancia han sido los militares. Una especie de sentencia ha sido la frase “Las Fuerzas Armadas retiran el apoyo (...)”. Esta ha sido el puntillazo final al gobierno que ha terminado abruptamente su mandato.

Resulta interesante analizar el tema sobre las intervenciones militares que nos señala el teniente general español Manuel Díez-Alegría en su libro Ejército y sociedad.

Inicia con un interrogante: ¿Cuál es el papel que les corresponde a las Fuerzas Armadas dentro de la comunidad nacional, de la cual son uno de los componentes y materialmente uno de los más poderosos?

Tarea difícil hoy. Como lo señala George Armstrong Kelly en su libro Lost Soldiers. The French Army and Empire in Crisis, “en una época fluida y de inexorables exigencias, un gobierno juicioso y un ejército juicioso, junto con las otras varias actividades productivas de una nación, trabajarán mano a mano para preservar, transformar y establecer instituciones vitales y líneas legítimas de autoridad. Puesto que los ejércitos son el último recurso del Estado en momentos de emergencia crítica, será importante examinar qué opinión de la situación tienden a tomar y las paradojas del papel que se les pide representar. Porque los ejércitos están enfrentados con presiones nuevas en medio de nuestra presente crisis de lo desconocido y de lo ingobernable”.

“Por otra parte –continúa el general Díez-Alegría–, hay una preocupación entre los oficiales de todos los ejércitos, particularmente entre los elementos más jóvenes, por las condiciones económicas y sociales de su propio país que les hace sentir marcada repulsión cuando aquellas son desfavorables”.

“En el orden político no cabe duda de que el Ejército sirve gustosamente a todo orden político coherente, pero por eso mismo una política ineficaz desarrolla un descontento creciente, que puede llegar hasta el desprecio de las instituciones políticas y al divorcio total de las mismas. También produce resultados análogos la reacción contra la corrupción o contra un gobierno que no es capaz de oponerse al desorden (...)”.

“Será bueno –señala Díez-Alegría–, tras haber examinado el problema de la injerencia del Ejército en la política, dedicar un momento al examen de las formas posibles de remediar esa desviación. Ante todo, es indispensable que el poder civil sea ejercido con dignidad y la eficacia que corresponde a su altísima misión. Ello le dará la autoridad moral suficiente para que nadie se atreva a enfrentársele, con quiebra de sus deberes”.

Considerando el tema del arbitraje militar, vale la pena reflexionar lo que el filósofo austriaco Karl R. Popper, según su teoría de la democracia, propone en su libro La sociedad abierta y sus enemigos; al respecto, Popper pregunta: “Cómo cambiar un mal gobernante que, habiendo sido elegido democráticamente, hace uso del poder para destruir la democracia. Esto es, cómo en democracia se puede salvar la democracia, sin la necesidad de recurrir a intervenciones militares”.

De lo anteriormente señalado surge el elemento clave que en la idea de la democracia gravita decididamente en el contexto de las relaciones gobernantes-militares: respeto, cauces de participación y vías de expresión democráticas.

* Coronel (r). (O)